Sesenta años han tenido que pasar para que un jugador de LSU vuelva a acariciar y poseer el preciado trofeo de bronce que inmortaliza a Ed Smith y se entrega cada temporada al mejor jugador de fútbol americano universitario. Muchas cosas han cambiado desde aquel lejano primer día de Diciembre de 1959 en el que Richard Nixon, por entonces vicepresidente americano, otorgaba el deseado galardón a Billy Cannon, el célebre corredor de los Tigers que se convertía en el primer jugador de LSU en recibir la estatuilla.
EL PREDECESOR DE JOE
Cuando Billy se alzó con el trofeo, la ceremonia de entrega se realizaba en la sede de nacimiento del premio, el Downtown Athletic Club de Nueva York. Por aquel 1959, la gente se informaba de las gestas deportivas a través de las ondas radiofónicas o la prensa escrita y solo en los hogares más privilegiados podía disfrutarse de las emisiones televisivas en blanco y negro.
Cannon, nacido en Filadelfia y criado en Baton Rouge, destacó desde su infancia como un excelente atleta. Durante sus años de adolescente en el instituto Isotruma High School brillaba en las canchas de Baloncesto, en los campos de fútbol americano y en el foso atlético donde obtenía marcas inferiores a los diez segundos en las pruebas de velocidad de cien metros. Billy no dudó en elegir la universidad local de su lugar de crecimiento para continuar sus estudios universitarios decantándose por el deporte nacional americano durante su estancia con los Tigers.
Cannon impresionó desde el principio de su periplo universitario desempeñando funciones ofensivas como corredor, funciones defensivas como defensive back y aportando además su granito de arena en equipos especiales al ejercer como retornador de los Tigers merced a sus excelentes condiciones atléticas.
Billy hizo historia en LSU al conseguir en 1958 el primer título nacional de los Tigers y en la siguiente temporada al ser coronado como ganador del Heisman trophy después de un año con actuaciones memorables como la que regaló en la noche de Halloween durante el decisivo encuentro que los de Lousiana State disputaron frente a Ole Miss.
Estas gestas de LSU permanecen en el recuerdo de los aficionados más antiguos de Baton Rouge, son anteriores a muchos de los grandes acontecimientos que marcaron el final del siglo veinte, cuando Billy ganó el codiciado premio individual quedaban, por ejemplo, cuatro años para el asesinato de John Fitzgerald Kennedy que conmocionó a la sociedad americana y diez años para que Neil Armstrong pronunciara su célebre : “ este es un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad” al tomar contacto con la superficie lunar y colmar una ansiada aspiración de la especie humana en su conquista del espacio.
La afición de Baton Rouge necesitaba un nuevo ídolo al que agarrarse con fuerza para volver a competir por un título nacional que no obtienen desde el año 2007 y de una manera inesperada lo han encontrado esta temporada con la sorprendente irrupción de Joe Burrow que ha alterado para siempre los cimientos deportivos del programa universitario de los Tigers.
EL VIAJE DE JOE
El viaje emprendido por Burrow desde Ohio a Louisiana State puede definirse parafraseando a Neil Armstrong como “un pequeño paso para Joe pero un gran salto para su carrera deportiva” puesto que lo ha llevado a pasar del ostracismo vivido en los Buckeyes a lo más alto del firmamento universitario, coronándose como el astro más luminoso del fútbol americano colegial durante esta temporada de 2019. Al igual que el célebre astronauta americano, Joe ha pasado del anonimato terrenal que supuso estar tres temporadas sin apenas pisar el terreno de juego al estrellato galáctico gracias a su asombroso año senior universitario.
El aterrizaje de Burrow en la liga universitaria no fue sencillo, Joe nació en Ames, Iowa, pero pasó su infancia y adolescencia en distintas localidades de los Estados Unidos de América a las que la familia Burrow se mudaba siguiendo los pasos del patriarca, Jimmy Burrow, debido a su trabajo como entrenador de fútbol americano en diversas universidades del país. Desde 2005 hasta su retiro en 2018 Jimmy ejerció como coordinador defensivo para los Ohio State Buckeyes y su hijo Joe, compartiendo el amor de su progenitor por el deporte nacional, comenzaba a destacar en el Athens High School de Ohio en la posición de quarterback y tuvo el honor de guiar a su equipo a tres apariciones consecutivas en los playoffs.
Burrow, persiguiendo su sueño de convertirse en jugador profesional, se comprometió con los Buckeyes en los que entrenaba su padre para empezar su carrera universitaria. Durante el primer año en Ohio State no pisó el césped durante los fines de semana y estuvo familiarizándose con el deporte a nivel universitario, los dos siguientes años aguantó estoicamente como suplente de J.T. Barret y únicamente le permitieron realizar treinta y nueve lanzamientos que terminó materializando en 287 yardas y dos pases de touchdown.
El mazazo emocional llegó cuando Joe fue consciente de que, tras la marcha de Barret, los Buckeyes iban a otorgar la titularidad en el puesto de quarterback a Dwayne Haskins relegando a Burrow, de nuevo, a ocupar un puesto en el banquillo.
Pero Joe no estaba dispuesto a rendirse, las grandes gestas suelen lograrse después de una serie de zancadillas que suele poner la vida delante de nuestros caminos. Armstrong tuvo que superar una serie de dificultades y contratiempos para escribir su nombre en la historia como primer ser humano que pisó la luna y Joe tuvo que tomar una decisión que sin saberlo iba a llevarle a la gloria deportiva universitaria.
LA DECISIÓN DE JOE
Avatares del destino hicieron que el 20 de mayo de 2018 se produjeran dos hechos que tenían un carácter de misteriosa premonición que nadie supo anticipar. En primer lugar, aquel día iba a producirse el fallecimiento de Billy Cannon y en segundo lugar, Joe Burrow, sellaba ese mismo día un acuerdo para jugar sus dos últimos años universitarios en Lousiana State con el objetivo de revitalizar su carrera deportiva colegial.
Ed Orgeron y los Tigers de LSU le ofrecieron a Joe la oportunidad de volver a sentirse jugador de fútbol americano y el entrenador del conjunto de Baton Rouge le entregó la batuta del prestigioso equipo de la SEC al comienzo de la temporada 2018. Su primer año como titular de un equipo universitario transcurrió sin estridencias, Joe tuvo que aclimatarse a un nuevo conjunto y esquema ofensivo y sin llamar la atención terminó la temporada con 2894 yardas de pase, 16 pases de anotación y 5 interceptaciones siendo considerado por muchos como un game manager solvente y seguro.
Ni los más optimistas del lugar pudieron predecir el curso de los acontecimientos del conjunto de LSU durante esta campaña de 2019. Joe Burrow declaró en los entrenamientos de primavera que podía llevar a la ofensiva de su equipo a ocupar los puestos de honor de la competición y que ambicionaba luchar por el título de campeón nacional. Mucha gente sonrió para sus adentros con las proclamas de Joe previas al inicio de la temporada, sin embargo, el jugador nacido en Iowa iba a demostrar desde la semana uno de la competición que las palabras que salen de su boca hay que tomarlas muy en serio.
El año de Burrow ha dejado boquiabierto y pillado desprevenido al mundo del fútbol americano, la metamorfosis experimentada por la ofensiva de LSU es digna de psicoanálisis freudiano y el estratosférico rendimiento de Joe ha sido la noticia inesperada de la temporada. Joe ha demostrado que es un líder frío y preciso, ha pulverizado todos los récords aéreos de LSU para gracias a sus 4715 yardas y 48 touchdowns llevar a LSU a conquistar el trono de la Southeastern conference y ponerle en disposición de conquistar un nuevo título de campeón.
Sus memorables actuaciones frente a Alabama y Georgia han llevado a Joe Burreaux, como le conocen en Baton Rouge, a conquistar un premio individual, que se vislumbraba imposible cuando acumulaba partidos sentado en el banquillo de Ohio State
Burrow nunca bajó los brazos, al igual que Neil Armstrong soñaba durante su infancia con alcanzar las estrellas, Joe aspiraba a alcanzar la gloria deportiva y fantaseaba con brillar en el firmamento deportivo del fútbol americano colegial, lo que seguramente no intuía el bueno de Joe es que precisamente el día en que se apagaba la estrella más brillante del universo Tiger en aquel veinte de mayo del año dos mil dieciocho iba a comenzar un viaje que iba a llevar a Burrow desde Ohio State hasta la cima del universo colegial, heredando la gloria del póstumo corredor de Louisiana State y grabando su nombre en la historia deportiva universitaria de igual manera que permanecerá para siempre la bandera estadounidense sobre la misteriosa superficie del satélite terrestre.
Hugo Manero, representando a los chicos de Coollege para Spanishbowl.com