Las aguas bajan revueltas en el río Ohio. Cuando la franquicia del sur del estado al que dicho río da nombre debería estar felicitándose por la fantástica temporada de su quarterback novato Joe Burrow, en cambio, el principal tema de conversación deportiva en la ciudad y redes sociales está siendo el abierto enfrentamiento entre el defensive end Carlos Dunlap y los entrenadores de Bengals.
Las continuas declaraciones en twitter e Instagram de Dunlap, criticando la deriva táctica del coordinador defensivo Lou Anarumo tuvieron su punto álgido al finalizar el partido que enfrentó a los atigrados contra su rival de Ohio, los Browns, el pasado domingo. Mientras el encuentro expiraba con una nueva derrota para los bengalíes, el defensa increpaba notoriamente a Anarumo y a Eason, su entrenador de línea, en la banda. Tuvo que intervenir el head-coach Taylor para separarles, mientras el defensive-coordinator pedía a gritos que echasen de una vez a ese tío.
De esta forma, la tradicional “batalla de Ohio” entre Cincinnati y Cleveland derivó en una guerra civil en la franquicia de la Queen City. Un espectáculo lamentable, muestra inequívoca de la tensión en el seno de un equipo que no encuentra el rumbo (3-18-1 desde la marcha de Lewis), pero que evidencia problemas de mayor calado.
El origen del “caso Dunlap”
Aunque probablemente el conflicto provenga de más atrás, lo que ha trascendido fuera de la franquicia se inició durante la preparación del partido en Baltimore de la jornada 5. A mitad de semana, el defensive-end aireaba en su twitter que había sido relegado a la suplencia, lo que, a su juicio, y empleando sus propias palabras, suponía una “locura”.
Poco después, era un directo en Instagram donde, aunque proclamaba su profesionalidad y aceptación de la nueva situación, se mostraba crítico y elusivo en las preguntas sobre su relación con los entrenadores.
Bajo un punto de vista estrictamente deportivo, aquella decisión táctica podría tener cierto fundamento. Cincinnati se enfrentaba a un QB móvil como Lamar Jackson, y quizá fuese más inteligente proteger los costados de la línea defensiva con jugadores más rápidos como Lawson y Hubbard. Sea por esta razón o no, el caso es que el escurridizo quarterback córvido apenas corrió 3 yardas.
Sin embargo, en aquel encuentro se lesionó Hubbard, lo que unido al enfrentamiento de la siguiente jornada contra Rivers, un QB más estático, hacía pensar que se reconduciría la situación. Todo lo contrario.
La controversia crece
En Baltimore se produjo también el regreso de Geno Atkins tras una lesión de hombro sufrida en pretemporada. Sin embargo, como pasó con Dunlap, su participación se redujo a situaciones claras de pase. La explicación oficial fue que debían ser precavidos ante una posible recaída, pero Carlos había sumado otro camarada para su causa. Aunque mucho más comedido que el defensive-end, Atkins también mostró su frustración al verse relegado a la suplencia. La palabra “trade” empezaba a flotar en el ambiente.
El siguiente partido en Indianápolis confirmó lo enrarecido de la situación. De nuevo suplentes, todavía aparecieron menos en juego, lo que en el caso del defensive-tackle se hacía menos comprensible, dado que el DT Reader también era baja por lesión. Al finalizar el encuentro, Dunlap disculpó de la derrota a sus compañeros vía twitter, señalando a los entrenadores como responsables de la misma. “Ahora soy OLB”, se lamentaba.
Entonces Dunlap tensa aún más la cuerda, dando un paso casi definitivo que hace imposible la reconciliación: publica en su Instagram los paquetes de rotaciones defensivas en la línea, donde aparece como tercera opción. Nadie divulga el playbook en redes, es una regla básica del football. El apoyo que podría tener entre el aficionado hacia su causa se le vuelve en contra. De héroe popular pasa a enemigo público.
El cisma estalla en el derby de Ohio
El partido contra Browns confirma el divorcio jugador-entrenadores. Dunlap y Atkins apenas participan en una docena de snaps. Sin embargo, en vez de utilizar esas oportunidades para reivindicarse, Dunlap comete una falta inútil que da el primer down a Cleveland después de que sus compañeros les hubiesen parado en tercer down en un drive que acaba en touchdown.
Tras el bochornoso enfrentamiento citado al comienzo del artículo, Dunlap publica en twitter la puesta a la venta de su casa en Cincinnati. Algunos destacados compañeros, que hasta el momento se habían mantenido en segundo plano, comienzan a mostrar públicamente su hartazgo ante tan ridícula situación.
Dunlap es la punta de un iceberg que amenaza con hundir la nave bengalí
Siendo el de Dunlap el caso más grave y visible de discrepancia, no ha sido el único. Tras su inactividad en sendos partidos, los receptores Tate y Ross también reclamaron ser traspasados. El mismo destino pedía para sí mismo Green, tras verse relegado al banquillo en Baltimore. El cornerback Phillips se quejaba en twitter de que los técnicos desperdiciaban su talento, e idéntico reproche les hacía el safety Williams. Una auténtica rebelión a bordo para el novel capitán Taylor.
Este mar de fondo hacía presagiar que el bisoño Taylor, apenas 6 años mayor que el propio Dunlap, estaba perdiendo el control del vestuario. Las continuas derrotas, y los reducidos progresos sobre el emparrillado, hacían resurgir las críticas sobre lo desacertado de su contratación dada su inexperiencia. No obstante, fuentes cercanas al club afirmaban que se trataban de casos aislados, y que la plantilla estaba cohesionada en torno a él (¡qué otra cosa podían decir!). Lo cierto es que tanto Burrow, como Boyd o Bernard, los incipientes nuevos líderes, expresaron públicamente su apoyo al entrenador.
Conviene recordar el tipo de personaje que es Dunlap. Nunca ha sido discreto sobre sus pensamientos. Es de los pocos, quizá el único, que se ha atrevido a denunciar la falta de ambición del club en la agencia libre. Sin embargo, es comprensible que le cueste admitir que, a los 31 años, sus mejores tiempos han pasado. El anterior régimen de Lewis privilegiaba la jerarquía de los veteranos, pero Taylor viene con ideas nuevas. Nadie debe sentir como propia una titularidad si no la defiende en el campo. Los pobres números de Dunlap este año (apenas 18 placajes y 1 sack en 7 partidos) no ayudan a su causa.
Los días de Dunlap de naranja y negro pueden haber llegado a su fin
No obstante, aunque sus protestas disten mucho de ser expuestas en la forma correcta, no podemos obviar el fracaso de la reforma de Anarumo. En los 3 partidos que cubren la revuelta de Dunlap, Cincinnati ha encajado 95 puntos, 1160 yardas y sólo ha producido 2 sacks. Resulta evidente que los cambios no están funcionando en absoluto. Ahora mismo, no podríamos asegurar quién tiene más papeletas para salir del club, si jugador o entrenador.
En todo caso, el ambiente se ha vuelto irrespirable. La mejor salida sería traspasar al díscolo defensive-end, pero hay dos problemas más allá del apartado meramente deportivo. Uno es su elevado salario. Para 2020 tenía previsto cobrar 8,7 millones de $, y 11,3 en 2021. La franquicia que lo reciba deberá adaptar estas cifras que se antojan desproporcionadas. El otro inconveniente es la dureza en las negociaciones del propietario Mike Brown. Su concepto de sobrevaloración de sus jugadores ha arruinado no pocas opciones de traspasos. Y cuando es el propio jugador quien quiere irse, todavía peor. No le tiembla el pulso para apartarlo del equipo y pagarle sin jugar si no llega por él una oferta que considere lo bastante buena. Lo vimos en el pasado con el QB Palmer, y más recientemente con el LT Glenn.
En cualquier caso, se antoja complicado volver a ver a Dunlap vistiendo la elástica atigrada. Un triste final para uno de los mejores pass-rushers en la historia de la franquicia.
Actualización: en el momento de la redacción de este artículo aún no era oficial, pero en las últimas horas se ha confirmado el traspaso de Carlos Dunlap a los Seahawks a cambio de una séptima ronda de draft y el center Finney.