Todos los aficionados y seguidores de la NFL tenemos en la memoria, al menos, un instante que nos ha dejado marcados para siempre. Se puede tratar de una acción en particular, un jugador especial, un partido para no olvidar, un detalle aparentemente insignificante, etc. Algo que nos vincula emocionalmente al equipo y que ya no nos abandonará nunca. En algunos casos puede significar el porqué somos seguidores de un equipo.
En mi caso en particular nos tenemos que situar a principios del 2011 para encontrarlo. No era mi primer contacto con la NFL. De hecho la había ido siguiendo, aunque forma muy interrumpida, con numerosas idas y vueltas, desde los años 80. Y es que uno ya tiene una edad. El caso es que no era seguidor de ningún equipo en particular aunque los Seahawks ya me llamaban la atención. La temporada 2010 era la primera de Carroll a los mandos. Había aterrizado en la Ciudad Esmeralda para intentar cambiar la dinámica negativa de las dos últimas temporadas. No lo consiguió ya que el balance en la temporada regular fue de siete victorias y nueve derrotas. Sin embargo, el bajísimo nivel de la división en ese año hizo que el equipo se clasificara para playoffs como líder de la NFC West. En la ronda de Wild Card el rival era New Orleans Saints, los ganadores de la última SuperBowl. Ni que decir tiene que nadie esperaba que los Seahawks fueran capaces de derrotarlos a pesar de jugar en el fortín del Century Link Field. A falta de algo menos de cuatro minutos para la finalización del partido, los locales iban por delante en el marcador (30-34) y tenían posesión en ataque. Segundo down y diez yardas, desde la propia yarda 37. Había que intentar correr para agotar lo máximo el reloj e intentar, como mínimo, llegar a la zona de field goal range. Lynch recogió el handoff de Matt Hasselbeck y… el mundo se paró. Quince segundos para el recuerdo. Ése es el tiempo que tardó nuestro protagonista en recorrer las 67 yardas que le separaban de la end zone rompiendo un total de nueve tackles y quitándose de encima de un manotazo a Tracy Porter. Touchdown y partido prácticamente finiquitado. Había nacido el Beast Quake, nombre con el que a partir de entonces se conocería esta jugada. El público del Century Link Field enloqueció de tal forma que los sismógrafos de la zona consiguieron captar señales a unas cien yardas del estadio. Mike Mayock, que ese día colaboraba en la retransmisión del partido, estaba alucinando. Nadie daba crédito. Estaba claro, ya tenía equipo. No había vuelta atrás. Desde ese momento me convertía en un miembro más del “12th man”. No lo puedo confirmar, pero me imagino que ese día hubo muchos casos como el mío. Y es que lo que hizo y seguiría haciendo Marshawn Lynch marca un antes y un después para la franquicia de Seattle.
Aquello de “llegar y besar el santo” sería perfectamente aplicable en el caso de Lynch y los Seahawks. Llegó ya comenzada la temporada 2010 tras ser traspasado desde los Buffalo Bills donde había tenido una trayectoria notable a nivel individual pero donde no había acabado de cuajar. En Seattle ha jugado un total de seis temporadas, cuatro de las cuales de forma completa, con cinco participaciones en playoffs y dos en superbowl consiguiendo el título en una de ellas. Sus estadísticas en las temporadas completas con Seahawks superan las 1000 yardas en carrera cada una de ellas. En temporada regular acumula un total de 57 touchdowns de carrera y 8 de recepción. Está lejos del récord de yardas totales de la franquicia conseguido por Shaun Alexander en siete temporadas, pero a Lynch no se le recuerda tanto por eso, sino por el impacto que ha tenido en su juego, en su forma de condicionar el ataque y en su personalidad tan extraña como querida en Seattle.
Y es que ver jugar a Lynch ha sido todo un espectáculo. Un verdadero lujo. Con su mezcla perfecta de fuerza, potencia, velocidad, habilidad e inteligencia dentro del terreno de juego, Lynch ha sido la base del ataque de Seahawks durante estos últimos años. Jugador más bien de rutas norte-sur utiliza su fuerza descomunal para romper los tackles rivales. Es impresionante ver sus ganancias de yardas tras el tackle. No se puede dar por muerta la jugada hasta que él cae al suelo. Literal. Araña yardas como el que más con su gran empuje. Pero hay más. Su capacidad de lectura, reconocimiento y selección de gaps también ha sido muy notoria. No corre por correr. No empuja por empujar. Busca y encuentra las puertas por mínimas que éstas sean y aprovecha su fuerza para hacer el resto. Con buenas manos para poder salir recepcionando en rutas a la flat, también se le ha podido ver ganando yardas y anotando en jugadas de recepción. Su envergadura también le ha servido para echarle una mano a Rusell Wilson en tareas de bloqueo y protección al quarterback. En resumen, que lo de Lynch da para sentarse tranquilamente en el sofá, palomitas en mano, y disfrutar como un niño con zapatos nuevos.
¿Y fuera del terreno de juego?. Pues ahí nos encontramos con un tipo que, no nos engañemos, es más raro que un perro verde. O al menos ésa es la cara que muestra de puertas afuera. Taciturno, sombrío, oscuro y siempre huyendo de los focos mediáticos. Su historia de desamor con los medios de comunicación es más que conocida. Son numerosos los episodios de desencuentro entre ambas partes. Conocidas son sus ruedas de prensa (por llamarlas de alguna forma) en las que su única respuesta a cada una de las preguntas era un escueto “yeah”, un “gracias por preguntar” o un “aprecio mucho su pregunta”. Comunicativo, lo que se dice comunicativo, no lo ha sido mucho. El ejemplo perfecto de todo esto fue su rueda de prensa en la semana previa a la segunda SuperBowl en la que participó. En esa semana los jugadores están obligados a atender a los medios de comunicación en el conocido Media Day. Lynch ya había sido advertido de que si no lo hacía, volvería a ser multado. La expectación era máxima. Toda la prensa pendiente. Carnaza, carnaza. Y es aquí donde nuestro amigo se descolgó con aquella famosa frase de “I’m just here so I won’t get fined” que, traducido al castellano, viene a ser “estoy aquí, así no seré multado”. Ésa fue su repuesta a cada una de las preguntas. Como os podéis imaginar, el cabreo en el ámbito periodístico fue descomunal. Un “zasca” en toda regla que, por otro lado, se veía venir a kilómetros de distancia. A Lynch no se le saca nada así. Los únicos con los que ha tenido una mínima relación a nivel de medios de comunicación han sido con Deion Sanders y su ex compañero Michael Robinson (actualmente colaborador del canal oficial de la NFL). De hecho Robinson ha sido un gran apoyo tanto dentro como fuera del campo, y en cuanto se retiró tras conseguir la SuperBowl, Lynch empezó su cuenta atrás hasta su retirada definitiva al finalizar la temporada 2015. Y se retiró, como no, a su manera. La noche de la SuperBowl 50, cuando todas las miradas apuntaban al Levi’s Stadium de San Francisco, Lynch publicó un enigmático twitt con una foto de una botas colgando de un cable dando a entender que su retiraba, lo cual se confirmó semanas después. Pues eso, más raro que un perro verde. Pero es nuestro perro verde.
Deportivamente hablando, el hueco dejado por Lynch es muy complicado de llenar. A pesar de que era algo conocido, es difícil de asimilar por los aficionados del equipo. Sinceramente creo que durante la offseason pasada se hizo un buen trabajo, en líneas generales, para minimizar el impacto de su marcha. Sin embargo, de momento y por diversas razones, la cosa no ha resultado tal y como se esperaba.
El peso del juego de carrera cae en manos de Thomas Rawls, un jugador de segundo año que, a pesar de ser undrafted, hizo un primer año fantástico. Aprovechó las semanas que Lynch no jugó por lesión en 2015 para debutar y demostrar su valor. Hasta que se lesionó. Porque ése es el principal problema de Rawls. Es de cristal. Su historial de lesiones viene del college, y ya en su primera temporada con Seahawks sufrió una rotura de tobillo que truncó su magnífico debut. En esta última temporada también ha sufrido lesiones que le han impedido jugar con regularidad. Rawls es un perfil de corredor similar a Lynch, aunque con algo menos de potencia pero con una muy buena capacidad de lectura y de ejecución en los cortes. Sin duda es un perfil ideal para el sistema ofensivo del equipo, pero su propensión a las lesiones hace que estemos sufriendo snap tras snap para que no se rompa.
En previsión a esto, se decidió completar el cuerpo de corredores seleccionado a C.J. Prosise y a Alex Collins en el último draft y recùperando a Christine Michael tras haber sido cortado anteriormente. Se trataba de una decisión, desde mi punto de vista, acertada. Había que dividir esfuerzos y dar polivalencia al juego terrestre. No iba a ser lo mismo que con Lynch, pero podría ser válido. Sin embargo, esta temporada, los resultados no han sido los previstos. Michael, a pesar de llevar el peso del ataque terrestre, ha sido cortado antes de la finalización de la temporada regular. Prosise tardó en arrancar pero cuando lo hizo demostró que puede ser un arma terrestre y aérea polivalente, hasta que se lesionó. Collins es un tanque especialista en downs cortos que aporta lo suyo pero no como para dar consistencia y continuidad de momento. En diciembre se firmó a Terrence Magee, el cual solo ha disputado dos partidos. Las consecuencias de todo esto es que el juego de carrera ha pasado de ser dominante a representar algo menos de la mitad de los snaps esta temporada. Y se ha notado. Y mucho. El problema enorme que tenemos con la pésima línea ofensiva hace que el ataque aéreo no se sostenga y que Wilson tenga que estar más pendiente de salir corriendo por salvar su pellejo que por completar jugadas. Y así no se va a ningún lado.
Lo que nos deparará el futuro, nadie lo sabe. Lo que si que está claro es que, el que subscribe echa de menos a Beast Mode. Mucho.
GO HAWKS!!!
Pablo Miralles (@seattlefspain)
Desde @whodatspain confirmar que NO LO ECHAMOS DE MENOS! Era muy grande la verdad, y contra nosotros siempre nos daba en PO. Yo tenía fe en Christine Michael esta temporada. De hecho, no entiendo porque no sigue en Seattle. Abrazo!