La temporada NFL 2020-21 pasará a la historia. No como la confirmación de Mahomes, ni por el cambio de aires de Brady, ni por la repercusión de lesiones de jugadores importantes como Barkley, Nick Bosa o McCaffrey. Tampoco por cambios reglamentarios como el 7º equipo en playoffs por conferencia, o las protestas conjuntas contra el racismo. El protagonista absoluto es el maldito Coronavirus SARS–CoV-2 causante de la Covid-19, y sus terribles consecuencias sobre la sociedad. Y por consiguiente, sobre el deporte del que trata esta web.
En la “antigua normalidad”, los equipos tenían que batir entre 19 y 20 contrincantes para llevarse el trofeo. Ahora hay un enemigo común: el virus. La carrera hasta el Lombardi va a resultar un camino tan plagado de complicaciones como el de Ulises de regreso a Itaca.
En un exceso de optimismo, o de arrogancia, la NFL, tras consultar a los jugadores (que obviamente querían cobrar) optó por plantear la temporada como otra más. Se suspendieron las “International Series” y los partidos de pretemporada. Se mantendrían las máximas precauciones posibles, controles sanitarios frecuentes y exhaustivos, y por supuesto reducción o ausencia de público en los estadios. Pero se descartaron medidas de difícil logística, como el confinamiento de los equipos en “burbujas” al estilo NBA, o incluso modificar el calendario, agrupando partidos divisionales, para permitir más flexibilidad en caso de incidencias como en la MLB.
Todo iba bien, pero el covid-19 tenía otros planes
Ante una pandemia de esta envergadura, las franquicias no podían menos que aceptar que jugadores decidieran saltarse la temporada. Se produjeron bajas, más o menos sonadas, pero la inmensa mayoría prefirió seguir adelante. También se adecuó una reserva de lesionados especial para jugadores bajo esta circunstancia. Medidas aparentemente tranquilizadoras, pero en el fondo, se pretendía tapar el sol con un dedo.
Tras una pretemporada sin graves incidencias, el planeta NFL contuvo el aliento de cara al arranque liguero. Todo fue bien. Parecía que la poderosa maquinaria de la NFL ganaría también esta batalla. Pero si el ser humano es imprevisible, este escurridizo virus lo es aún más. La jornada 3 hizo saltar las alarmas. 3 jugadores de los Tennessee Titans daban positivo. Ahora son ya una veintena.
Por supuesto, lo primero es desear una pronta recuperación sin secuelas a los infectados. Pero esta situación no sólo afectaba a ellos, sino a los rivales con quienes compartieron trincheras y marcajes: los Vikings. Por suerte, ningún jugador de Minnesota resultó positivo en los tests, pero la alerta ya estaba instaurada.
La Covid-19 altera el calendario
Los Titans tuvieron que cerrar sus instalaciones. Los jugadores, guardar cuarentena. El partido que les hubiera enfrentado a Steelers, aplazado para más adelante, tras encajarlo en sus respectivas jornadas de bye, implicando colateralmente a los Ravens, que también tuvo que cambiar la suya.
El pasado sábado, contuvimos el aliento ante el positivo de Cam Newton. La primera auténtica “estrella” que se contagiaba de la enfermedad. Ante la necesidad de verificar el alcance de la infección en los Patriots, su encuentro en Kansas City se tuvo que posponer al día siguiente. Burton, el fullback de los Saints, también nos metía el susto en el cuerpo con lo que finalmente fue un falso positivo.
Hasta aquí, lo conocido. La NFL pretende tratar la Covid-19 como una lesión más. Un inoportuno contratiempo para quien la contrae. Pero obviamente, sus ramificaciones van mucho más allá. Los esguinces no son contagiosos. Ni mucho menos, potencialmente mortales. Esto no es ninguna broma. Un caso aislado puede poner en peligro a muchos jugadores, técnicos y trabajadores, tanto en su equipo, como en el contrario.
La NFL intensifica sus medidas de prevención
Controles diarios. Sanciones económicas más graves para quienes no respeten el uso de cubrebocas. Incluso se podría dar por perdido el partido a un equipo cuya imprudencia en materia sanitaria ponga en riesgo a otras franquicias. El covid-19 debe estar temblando ante tan drásticas medidas.
En todo caso, hay que entender la postura de Goodell. Su misión es que la fábrica de generar dinero que es la NFL siga funcionando al mayor rendimiento posible. La salud de los jugadores siempre estuvo en segundo plano. The show must go on. El espectáculo debe continuar. No sólo es una cuestión económica, sino de Estado. El aficionado necesita aferrarse a su rutina como antídoto a la pandemia. El covid-19 no nos vencerá, porque seguimos programando football como si tal cosa… Si alguien piensa que estamos venciendo al virus, es que no ha entendido nada.
Mientras no exista una vacuna segura (cuyo plazo no termina de concretarse) o un tratamiento 100% eficaz, la covid-19 seguirá ganando esta batalla. Lo único que podemos hacer es intentar minimizar daños. No es el objetivo de este artículo exponer qué deberían hacer los gobiernos, ni mucho menos los ciudadanos. Sin embargo, dado que la decisión de jugar la competición no tiene vuelta atrás, sí creo que la NFL debería plantearse alternativas extraordinarias.
Cómo responder ante el problema del covid-19
Si ni los Estados más avanzados están pudiendo con la enfermedad, difícilmente lo hará una competición deportiva. Lo sensato es abandonar la soberbia y aceptar que se van a producir infecciones. Lo que marcará la diferencia será cómo reaccionar ante estos casos. Esta temporada ya está lo suficientemente descafeinada, sin el calor del público en los estadios, como para no admitir la posibilidad de cambios de mayor envergadura. Una vez con asterisco, da igual cuántos asteriscos se le pongan.
Como decíamos antes, un contagio de covid-19 no sólo afecta al contagiado, sino que implica una serie de cuarentenas, tanto en el propio equipo, como en el rival anterior por precaución. Los periodos de incubación plantean plazos inciertos, y no tan cortos como proponían los protocolos establecidos. Por tanto, a la NFL no debería temblarle el pulso para aplazar incluso jornadas completas.
Una de las características de la temporada es su corta duración, por lo que debería aprovecharlo como ventaja para hibernar la competición el tiempo que sea necesario. Dejar unas semanas libres al final para “recuperar” partidos sueltos podría alterar el torneo, ya que lo justo es que las últimas jornadas las disputen a la vez todos los equipos. Poca diferencia hay entre acabar en febrero o en marzo. El argumento de evitar solape con otras ligas ya está superado.
La salida no es tanto combatir el covid-19, ya sea con medidas higiénicas a nivel individual o colectivas en las instalaciones de los clubes, sino saber adaptarse. Las posibles pérdidas económicas del aplazamiento de partidos tendrían peores consecuencias si finalmente se debe cancelar toda la competición. Además, se estaría ganando tiempo para una mejor solución médica a la covid-19. Al final, se nos van a quedar los dedos torcidos de tanto tener que cruzarlos para que no surjan más positivos.