Joe Burrow, Rey en el Norte

Erase una vez un chico que nació con un balón de football bajo el brazo. Era un 10 de diciembre de 1996 en Ames, Iowa, y al recién nacido le llamaron Joseph Lee Burrow, porque Joey Franchise resultaba todavía demasiado prematuro. Creció en una familia de deportistas. Abuelos baloncestistas, tío safety, y su padre también defensive back y entrenador en la Universidad de Iowa. Era el pequeño (muy pequeño) de tres hermanos. Dan y Jamie, defensas en la Universidad de Nebraska, como buenos hermanos mayores, martirizaban a Joe usándole de mascota en sus entrenamientos.

Joe solo quería ser defensa, como su padre y hermanos, pero por desgracia, el equipo de su colegio no tenía quarterback y, ¡demonios!, el pequeño no lo hacía nada mal. Con apenas 7 años, el chaval ya empezaba a despuntar. Entonces vivían en Fargo, donde el padre, Jim, trabajaba de asistente en los Bisontes de North Dakota State. Con el traslado a Ohio de la familia, Joe siguiendo jugando como quarterback, ahora para los Athens High School Bulldogs. Su trayectoria allí fue tan impresionante que hace dos años, cambiaron el nombre de su estadio de football a Joe Burrow Stadium.

 

Tocaba dar el salto a la Universidad. Sin embargo, pese a sus cifras inmaculadas, no despertó excesiva expectación entre las principales universidades. Pero tras haber sido nombrado “Mr. Football 2014” del estado de Ohio, los Buckeyes no podían sino ofrecerle una beca deportiva. Por entonces, estaba detrás de J.T. Barrett y Cardale Jones, QBs que llegarían a la NFL. Cuando Jones pasó a profesionales, fue Dwayne Haskins (futuro 1ª ronda del draft de 2019) quien le quitaría el puesto. En Ohio State no tenía porvenir. Las humillaciones sufridas por el entrenador Urban Meyer, referidas a su falta de potencia (normal, comparada con las de sus competidores, que era lo único bueno que tenían), precipitaron su salida. Al final, de su paso por Columbus, su mejor recuerdo fue haber conocido a Olivia, su actual pareja.

 

Burrow (10), hundido en el depth chart de Ohio State tras Barrett (16) y Haskins (7), no tenía opciones en los Buckeyes y tuvo que emigrar a LSU (foto: The Ozone)

 

Joe Burreaux

Nebraska, la universidad “familiar”, no mostró mucho interés. En Cincinnati jugaría en la universidad de la ciudad de su chica. Pero el reto eran los Tigers. Joe es un ganador, y no le importó escoger el camino difícil.

 

¿Pero cómo vas a ir a LSU, si para ellos el QB sólo sirve para hacer handoffs al juego de carrera? –preguntaría alarmado su padre-. No te preocupes, papá –le contestaría Joe-, el coach Orgeron ha traído a un tal Joe Brady con quien pretende revolucionar el juego de pase.

 

Tildar de “revolución” lo que pasó en LSU es quedarse ridículamente corto. Tras un 2018 de toma de contacto, los Tigers, de la mano de un impresionante Burrow y los receptores Jefferson y Chase, batieron al año siguiente todos los récords imaginables en el football colegial. El propio Joe conquistó el Trofeo Heisman con la mayor diferencia de votos de la historia.

 

Aunque Joe siempre se ha considerado a sí mismo “un chico de Ohio”, no dudó en “cambiar” su apellido a “Burreaux”, como sonaría en dialecto cajún, en agradecimiento al cariño que le dispensó la afición de Louisiana (foto: ESPN)

 

 

Tras conquistar el título nacional como MVP, su elección en el número 1 del draft estaba prácticamente cantada. Aún así, durante el proceso, tuvo que volver a escuchar la vieja cantinela de la falta de potencia (algo chocante, considerando que en esta temporada 2021 ha sido el QB con más touchdowns de más de 30 yardas), y las nuevas sobre sus manos pequeñas, e incluso que era demasiado mayor… ¡con apenas 23 años!

 

No obstante, Joe vivió con ilusión esos días, convencido, tras entrevistarse con Zac Taylor, que jugaría en el equipo de su estado, a un par de horas por carretera de su casa. Inmune, aunque contrariado, a los rumores de que Bengals prefería a Herbert, o a que se negaría a jugar con Cincinnati, forzándoles a traspasar el pick. Incluso su prudencia para ir a firmar el contrato debido al confinamiento por la pandemia, se entendió en algunos medios como una protesta por la elección.

 

 

Un linebacker jugando de quarterback

En cierto modo, Joe escapa al estereotipo del quarterback. Seres tradicionalmente endiosados, un piso por encima de la realidad. Desde su etapa colegial, ha estado muy comprometido con las causas sociales, como la pobreza infantil, pero especialmente contra la discriminación racial. Su estilo de vida es discreto, siendo su mayor excentricidad vestir prendas inspiradas en “Bob Esponja”. Sabe liderar con su actitud, pero a la vez, dejando espacio para que otros capitanes de la plantilla, como Uzomah o Mixon, tengan también su protagonismo.

 

De su talento y calidad no caben dudas. No es mi objetivo en este artículo detenerme en ellos. Preferiría en cambio centrarme en su carácter. Él mismo se ha reconocido como “un linebacker jugando de quarterback”, continuando así en cierto modo la estirpe familiar. Esta mentalidad le lleva en ocasiones a prolongar en exceso la jugada, exponiéndose a golpes evitables, a despecho de su salud, por intentar completar el pase. Su juego temerario es una de sus principales características, para terror de los aficionados bengalíes, que contenemos el aliento en cada sack.

 

Se critica, y con razón, la endeblez de la línea ofensiva bengalí. Sin embargo, Joe jamás ha pronunciado una palabra en contra de sus compañeros. De hecho, la pasada navidad regaló un impresionante reloj a cada componente de la línea, incluidos los del Practice Squad. Su comportamiento tras la rotura de ligamentos sufrida en 2020 fue en todo momento ejemplar. Adelantando plazos en su recuperación. Sobreponiéndose a las molestias del tutor de su rodilla que limitaba sus movimientos. Aceptando la lesión como una circunstancia más de este deporte. En sus propias palabras: “si muero sin cicatrices, será señal de que no hice nada por lo que mereciera la pena luchar”.

 

A pesar de la grave lesión sufrida en la rodilla, Burrow no ha cambiado su estilo de juego, agresivo y expuesto para su físico (foto: Twitter Bengals)

 

“Si ganamos la AFC Norte, podemos ganar la Super Bowl”

Estas palabras, pronunciadas por Joe en Octubre, sonaron a guasa en muchos medios en su momento. Ahora se ríen menos. No porque realmente sea Cincinnati un candidato a levantar el Lombardi (aún está lejos de ser un contendiente real), sino porque demuestra, por un lado, la confianza del quarterback en las posibilidades de su equipo; y por otro, la constatación de la dureza de una división donde nuevamente todos los equipos son aspirantes al título. Con Burrow a los mandos, Bengals puede mirar cara a cara a sus rivales sin sentirse inferior a ninguno.

 

En el final del partido contra Ravens, ya sentenciado, generó polémica que siguiera lanzando profundo. En la rueda de prensa, quizá molesto por el desprecio previo del coordinador defensivo de Baltimore, manifestó que “esto no es football de instituto, aquí se juega hasta el pitido final; nos hicieron lo mismo el año pasado, no siento compasión por ellos”. Estas declaraciones vienen a demostrar el carácter competitivo de Joe. Sin perder las formas, pero sin olvidar las afrentas sufridas. En una franquicia que viene de personalidades como las de Dalton o Palmer, mucho más introvertidos, este talante retador ha conseguido conectar tanto con sus compañeros como entre la afición.

 

Burrow es un quarterback que se sabe especial y reclama esta atención. “Sólo pon el balón en mis manos y está acabado”, repetía a sus compañeros durante la victoria frente a Vikings en la prórroga. En la derrota ante 49ers, el entrenador Taylor reconoció haber sido un error no hacerlo. Si algo ha demostrado en la temporada y media que lleva en la liga es no quemarle la responsabilidad. Sólo Rodgers tiene un rating mejor que el suyo (108,3) a pesar de tener el récord de sacks encajados (51). La posibilidad, dramáticamente real, de recibir un golpe, no le resta precisión a sus pases.

 

Por desgracia, suele ser habitual verle salir cojeando del terreno de juego. Este año, incluso le hemos visto con el meñique de la mano de lanzar dislocado. No es un quarterback que rehúya el contacto, ni mucho menos que se borre de la contienda por el dolor. No es un mariscal que dirija las tropas desde la lejana loma, sino que baja a combatir a la trinchera. Este entusiasmo contagioso es sin duda lo que necesitaba una franquicia tradicionalmente perdedora para dar la vuelta a su destino. Si además es un jugador elite, mucho mejor, pero sobre esto podéis leer en cualquier parte. Más allá de lo que pase el sábado en la eliminatoria de wildcard, Cincinnati ya tiene a su líder; y la AFC Norte, a su nuevo rey.

 

En el partido contra Chargers, Joe Burrow se dislocó el dedo meñique de su mano derecha, la de lanzar, y jugó toda la segunda parte con un dedo que más parecia una morcilla de la hinchazón (foto: Twitter Will Brinson)