La rebelión de los kickers

—¡Fuera, largo de aquí, no queremos volver a verte más!

—¡Si apareces otra vez por nuestro pueblo, acabarás emplumado, ja, ja, ja!

El forastero recogió sus pertenencias a toda prisa mientras huía de la turba que le perseguía armada de hoces, hachas, azadas y horcas puntiagudas. Sabía, por su predecesor, que los aldeanos no exageraban en sus amenazas. Abandonó la villa tan rápido como pudo, jurándose no volver nunca jamás, aún a sabiendas de que si la necesidad imperaba no tendría más remedio que regresar. Caminó incontables días por las lindes de los senderos embarrados, ya que por su condición de apestado ningún carromato se avino a llevarle. Estaba a punto de anochecer cuando por fin llegó a su destino. El único lugar que los de su maltratada profesión podían considerar un hogar: “La posada de los kickers perdidos”.


La posada de los kickers perdidos

—¡Connor, otra vez por aquí! Un mensajero nos contó que no te fue nada bien por Chicago.

—Ya te digo. Anda, sírveme una jarra de vino y algo de comer. Estoy muerto de cansancio.

Regentaba la acogedora taberna Scott Norwood, legendario kicker de los Bills de finales de los 80’s y principios de los 90’s, aunque sus parroquianos le llamaban (no sin mala leche) “Wide Right”. El establecimiento de madera lo calentaba una enorme chimenea sobre la cual presidía el salón un enorme cuadro de Lou Groza, “the Toe”, el mejor kicker que había conocido la comunidad. Las numerosas mesas que conformaban la estancia estaban siempre repletas de una clientela continuamente cambiante. Al calor del hogar y el vino barato, las conservaciones siempre derivaban hacia el mismo tema, y en idéntico tono.

—Otra vez igual —protestó Connor Barth, sentándose en una mesa donde había un asiento libre—. Un quarterback lanza una intercepción absurda, y no pasa nada. Un linebacker falla un placaje que permite un touchdown y no pasa nada. Un receptor comete un drop en la end-zone y no pasa nada. Pero si a uno de nosotros se le ocurre errar un field-goal, ya puede buscarse otro destino. ¡No es justo! Y gracias que escapé a tiempo, los aficionados me querían emplumar.

—Créeme, hablaban en serio —apuntó Aguayo desde el otro extremo de la mesa, mientras intentaba llamar la atención de la tabernera, quien ya le había ignorado dos veces—.

—No le importamos a nadie —declaró enojado Butker, kicker revelación de los Chiefs—. A los más jóvenes nos dejan languidecer en equipos especiales hasta que surge la oportunidad en algún club. Pero aun así, nadie se ocupa de enseñarnos.

 

La falta de formación, uno de los principales problemas

—Habla por ti, hermano —intervino Tucker, el kicker estrella de los Ravens—. En mi equipo tenemos un entrenador específico para pateadores. Es lo que tiene que el head-coach provenga de equipos especiales, que sabe valorar nuestra función.

Los parroquianos asintieron. Cuando hablaba Tucker todos prestaban atención por el respeto que les merecía, tanto por sus fantásticas habilidades en el terreno de juego como fuera de él.

—Sin embargo —indicó Catanzaro, kicker de los Jets—, lo tuyo es una excepción. Lo normal es que si queremos aprender, debemos buscarnos academias específicas por nuestra cuenta. Y no son baratas, sobre todo teniendo en cuenta nuestros sueldos.

Un murmullo de indignación recorrió la taberna. La referencia a los salarios era un tema recurrente que siempre generaba controversia.

—Chandler tiene razón —confirmó Hauschka, kicker de los Bills—. A muchos de nosotros nos contratan sólo porque al provenir del soccer se da por supuesto que sabemos golpear un balón. Y no parecen entender que no tiene nada que ver la pelotita redonda con la ovalada. El punto de golpeo es más reducido, la técnica de pateo es distinta, hay que pegarle más fuerte para llegar igual de lejos, variar ángulos y alturas… ¡todo es diferente!

—Exacto —continuó Lambo, kicker de los Jaguars—. Piensan que es chutar y ya está, pero hay mucho más. Debes mantener todo tu cuerpo coordinado, y hacer con la pierna un movimiento más parecido a un swing de golf. Como muchos entrenadores lo ignoran, de ahí viene su desprecio hacia nuestra profesión, y lo bajos que son nuestros sueldos.

—Eu poderia estar ganhando moito dinheiro na Europa jogando futebol, como meus amigos na favela —dijo Cairo Santos añorando su época de jugador de soccer en su Brasil natal—. ¡Qué inyustisia!

 

Las reivindicaciones de los kickers empiezan por lo económico

—A mis 11 años en la liga —contó Prater, kicker de los Lions— ha sido cuando por fin he conseguido un buen contrato. ¡Y no gano ni 4 millones anuales! La media de salarios en nuestra profesión no alcanza los 2 millones. Incluso si nos ponen la etiqueta de “franquicia”, el sueldo que nos correspondería no llegaría a 5 millones. Menos de la mitad del mínimo asignado a cualquier otra posición de campo. Y eso que aportamos un tercio de los puntos del equipo. ¡Una tercera parte! ¿Cuánto cobraría un jugador que anotase tanto?

—Los propietarios nos dicen que nos pagan menos porque nuestra vida laboral es más larga —señaló Lutz, kicker de los Saints—. Pero la realidad es que no hay tanta diferencia. La media de permanencia en la liga es de 3,3 temporadas, y la nuestra no llega a los 5 años.

—Y eso si tienes la suerte de quedarte en un único sitio —añadió el trotamundos Bryant, veterano de 16 temporadas, ahora en los Falcons—. Cuando no a cambiar de lugar a cada momento, condenados a esta miserable vida de buhoneros errantes.

—O si no, la última moda de los propietarios —alegó Bullock, kicker de los Bengals—: contratar en verano un undrafted por cuatro perras para tener que enfrentarte contra él, sin tener en cuenta tu historial. Prefieren lo barato a la experiencia. ¡Cómo podemos competir contra la energía y potencia de los jóvenes, ahora que nos exigen anotar cada vez desde más lejos!

—¡Sobre todo con tu barrigón Randy, ja, ja, ja! —bromeó jocosamente a su espalda Dawson, kicker de los Cardinals, provocando la risa general, mientras Bullock se revolvía ofendido.

 

Pero las protestas de los kickers van más allá

—Tampoco olvidemos el riesgo al que estamos expuestos —prosiguió Cosby, el kicker de Packers—. Nuestras protecciones son más ligeras para permitirnos mejor visibilidad y facilidad de movimientos. Pero después nos piden que plaquemos al retornador como si fuésemos un linebacker más.

—Después nos lesionamos, y es un drama porque no tenemos sustituto. Cualquiera puede ir al banquillo, pero como no hay otro pateador, nos obligan a continuar aunque estemos doloridos. ¿Por qué la liga no permite a los equipos tener más de un kicker activo en los partidos? Todos ganaríamos: equipo, espectáculo, y también nosotros que tendríamos más plazas de trabajo —propuso Bailey, el kicker de Cowboys.

—¿Y qué me decís de los entrenadores de equipos especiales? ¿Esas “lumbreras” que diseñan onside-kicks cortitos y por el centro, enviándonos a jugarnos el tipo a pecho descubierto? —protestó Gostkowski, kicker de Patriots.

—Aún puedes dar gracias. A otros nos obligan a ejecutarlos de rabona, y si sale mal, convertirnos en el hazmerreír de toda la liga —contó Boswell, el kicker de Steelers.

—Sea como sea —volvió a intervenir Barth—, siempre terminamos siendo objeto de chanza. Cada fallo nuestro viene acompañado de una burla de la mascota. Hasta los bufones son más respetados que nosotros. ¿Habéis visto algún niño con la camiseta de un kicker?

 

—Yo creo que nos discriminan por nuestros apellidos. El aficionado los considera “poco americanos” —alegó Gano, kicker de los Panthers y escocés de nacimiento—. Gonzalez, Tavecchio, Koo, Gostkowski…

—Sí, hay mucho cachondeo con nuestros nombres —dijo el hawaiano John Christian Ka’iminoeauloameka’ikeokekumupa’a Fairbairn, kicker de Texans—. A mí me obligaron a acortarlo a «Ka’imi».

—Es más que eso, está en su cultura —confirmó pesaroso Gould, kicker de 49ers—. Desde pequeños les inculcan que los kickers somos bobos.

 

La falta de respeto, lo que peor llevan

—Así es —comentó tímidamente Elliott, kicker novato de los Eagles desde el fondo del salón—. Los quarterbacks te prometen que te darán su paga del día si conviertes el field-goal para ganar el partido, pero después, todo es mentira.

—No es de extrañar, por tanto, que desde la liga nos tomen por el pito del sereno —constató McManus, kicker de los Broncos—. ¿Que los jugadores chocan contra los postes? ¡Retrasémoslos al fondo de la zona de marca! ¿Que hay que hacer más emocionantes los extra-points? ¡Pues fastidiemos a los kickers alejando el punto de lanzamiento! ¿Que se lesionan jugadores en los retornos de kickoffs? ¡Pues facilitemos los touchbacks, dice la NFL! Pero ojo, entonces los entrenadores nos piden que ajustemos las patadas para que caigan justo antes de la end-zone y forzarles a retornar igualmente.

—Cuando convertimos un fake field-goal, las alabanzas recaen sobre la valentía y genialidad del entrenador. Si resulta un desastre, siempre es culpa nuestra —recordó Tucker—. Cuando nos bloquean una patada nos apuntan a nosotros el fallo, nadie responsabiliza a la línea.

 

El respeto debe empezar por uno mismo

—¡Quejas, quejas, quejas! —exclamó irritado Norwood, el propietario de la taberna—. Toda la vida escuchando lo mismo. Me hubiera gustado veros en mi época, donde sí te atizaban de verdad. ¿Recordáis a Groza? —dijo señalando el tapiz de la pared—. Pues además de kicker era ofFensive tackle, y ya entonces las enchufaba de más de 50 yardas. ¿Habéis olvidado a Tom Dempsey? Nació sin dedos en el pie derecho, y aun así convirtió un field-goal de 63 yardas, récord que perduró 43 años. ¿Veis a aquél de allí? —preguntó apuntando a Vinatieri—. Pasó por aquí camino del destierro hacia la NFL Europa. En vez de quejarse por su destino trabajó duro. Ahora tiene 4 anillos en su poder, y será el único de todos nosotros que termine con su busto en el Hall of Fame.

La intervención de Norwood causó un enorme revuelo.

—Pedís respeto, ¡empezad a respetaros vosotros mismos! —continuó “Wide Right”—. He visto kickers chutar descalzos. Otros, usar zapatos 3 tallas menores para tener un mejor contacto con el pie, metiendo el zapato 10 minutos antes en el horno para forzarlo —dijo mirando a Kai Forbath, el kicker de Vikings, quien se ruborizó inmediatamente—. Si nieva, la NFL ya no permite la entrada de quitanieves, pero no os avergüenza no chutar hasta que vuestros compañeros limpien la zona. En vez de integraros en la dinámica del equipo, os aisláis porque apenas entrenáis un cuarto de hora por sesión. En cuanto os enteráis que un compañero se ha lesionado, o atraviesa una mala racha, acudís como una manada de lobos a reclamar su puesto, como pasó en los Chargers —dijo mirando a Rose.

 

Se fragua la rebelión

¡Solidarność! proclamó desde un rincón Janikowski, con una cerveza en alto en una mano y la otra apoyada en su maltrecha espalda—. Si no nos unimos, no conseguiremos nada. Hip.

El polaco tiene razón anunció Walsh, kicker de Seahawks, alzando la voz—. Ahora que llegan los playoffs es nuestra oportunidad para hacernos notar. Pretenderán que ganemos en el último minuto lo que ellos no han sido capaces de ganar en los 59 anteriores. Si acertamos, la remontada se la apuntará el quarterback; pero si fallamos, nosotros seremos los culpables de la eliminación. ¡Hay que revertir la situación y reclamar nuestro merecido protagonismo!

Un gran “¡sí!” acompañó sus palabras. Con creciente irritación, se pusieron en pie y empezaron a corear “¡Los kickers somos personas también, los kickers somos personas también!”. La excitación general iba en aumento. Adam Vinatieri, miembro del comité ejecutivo del sindicato de jugadores NFLPA, tomó la palabra.

—Camaradas, ya está bien de humillaciones. Nuestro colectivo ha sido despreciado, vilipendiado y ridiculizado durante décadas. Juntos haremos la revolución. Sólo unidos conseguiremos…

En aquel momento, irrumpió en la posada Greg Zuerlein, kicker de los Rams, andando trabajosamente apoyado en sus muletas. Se hizo el silencio en el local.

—Chicos, me he fastidiado la espalda. Se acabó la temporada para mí —anunció.

Como un torbellino, los kickers en paro salieron del local atropellando al pobre Zuerlein, dándose patadas y codazos entre ellos, y haciéndose zancadillas para ser los primeros en reclamar la vacante. Ahí terminó la revuelta.

—No cambiaremos nunca —sentenció apesadumbrado Janikowski—. ¡“Wide Right”, sírveme otra cerveza!