El agua, en medio del océano, nada más que agua es. Más calma o más agitada, a menos que alguna embarcación esté por la zona, poco puede afectar a la masa. La cosa cambia cuando la marea, en su tan imponente como irrefrenable viaje a las orillas, golpea con la brutalidad con la que sólo la naturaleza puede hacerlo. Y cuando lo hace, no hay mucho que el hombre pueda hacer más que guarecerse y aguardar a que pase el temblor para volver a salir.
A comienzos de esta semana, las voces principales de la NCAA, el organismo que nuclea a las entidades y atletas que practican deporte universitario en Estados Unidos, empezaron a escribir una nueva página en la historia al votar, de manera unánime, por comenzar el proceso de modificar las reglas que les impiden a los estudiantes-atletas percibir dinero legal por el uso de sus nombres e imágenes.
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Y lo de legal no es un detalle menor, dado que es de público conocimiento que, por detrás, las universidades siempre les pagaron a sus reclutas top por elegirlas a ellas en lugar de a otras de la competencia (mucho se ha escrito sobre el caso de Ole Miss, por ejemplo). La junta pretende que cada una de las tres divisiones que la conforman puedan implementar estos nuevos lineamientos para enero de 2021.
En un comunicado distribuido por la NCAA, los miembros que participaron de esta decisión aclararon que los deportistas deberán tener las mismas oportunidades de ganar dinero que el resto de los estudiantes no-atletas y que todo deberá ser siempre en un marco de reglas transparentes y que prioricen la educación. Claro, porque no debemos olvidar que, a fin de cuentas, y más allá de lo que nos importa a nosotros de si Tua Tagovailoa será la primera elección del draft o si a Joe Burrow le alcanzará para ganar el Heisman, estos chicos “también” están donde están porque estudian carreras universitarias y tienen requisitos académicos que cumplir, aunque exista la creencia general en el aire de que, muchas veces, se haga la vista gorda con ellos en esos asuntos.
Todos ganan millones… menos los jugadores
Este modelo de negocio de la NCAA no es para nada nuevo. De hecho, opera así desde su creación a comienzos del siglo pasado. ¿Cómo es que funciona? Si estás leyendo esto seguramente ya lo sabrás pero, para hacerlo simple, todos ganan menos los jugadores. Sí, aquellos que, en el caso del deporte que abordamos nosotros más todavía, ponen literalmente sus vidas sobre la línea en cada jugada, son los únicos de este sistema que, públicamente, no reciben un centavo. Pero bueno, será que el deporte universitario no genera tantas ganancias…
No, no es el caso. Según Sports Illustrated y demás medios estadounidenses, en 2017 la NCAA superó, por primera vez, la marca del billón de dólares en ingresos. ¡Más de mil millones y no les quieren pagar a sus jugadores! La fuente mayoritaria de esas ganancias es el afamado March Madness de básquet, certamen que hace las veces de playoffs de esa disciplina y que atrae grandes masas a los estadios y, sobre todo, a las transmisiones de televisión.
Hace poco me crucé, de casualidad, con un listado de USA Today que detalla los sueldos anuales que perciben los principales entrenadores de la FBS. Para sorpresa de literalmente nadie, también ganan millones. Y está bien que así sea, no estoy diciendo que todos reciban esas cantidades ni que no las deberían recibir, pero cuando el balance es tan disparejo es que algo mal estamos haciendo. Este es el top 10:
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1° – Dabo Swinney, Clemson ($9.315.600)
2° – Nick Saban, Alabama ($8.857.000)
3° – Jim Harbaugh, Michigan ($7.504.000)
4° – Jimbo Fisher, Texas A&M ($7.500.000)
5° – Kirby Smart, Georgia ($6.871.600)
6° – Gus Malzahn, Auburn ($6.827.589)
7° – Tom Herman, Texas ($6.750.000)
8° – Jeff Brohm, Purdue ($6.600.000)
9° – Lincoln Riley, Oklahoma ($6.384.462)
10° – Dan Mullen, Florida ($6.070.000)
LeBron James y el estado de California, actores claves de esta moción
Sea cual sea la revolución de la que estemos hablando, siempre hay un primer eslabón que inicia la futura reacción del resto y no necesariamente tiene que ser un hecho puntual y único, sino más bien una convergencia de sucesos que colman un vaso y hacen un todo. En la Francia de fines del 1700, por poner un clásico ejemplo histórico, fueron el pueblo estancado, empobrecido y ya cansado de una aristocracia que abusaba de sus privilegios, la aparición de nuevas ideas revolucionarias para la época y un sistema de gobierno monárquico que estaba quedando desfasado de la realidad que lo rodeaba, por citar algunos.
Y salvando las distancias (vale aclararlo), todo este sacudón que hoy está atravesando la NCAA con algo que se le venía pidiendo desde hace rato revivió y tomó impulso hace casi exactamente un mes atrás, en California. Allí, el gobernador Gavin Newson, acompañado por la excelsa figura de Lebron James, un abanderado de las causas sociales y del ‘Speak for Yourself’, firmó el acta llamada Fair Pay to Play que propone que, desde 2023, las universidades de dicho estado no puedan seguir castigando a sus estudiantes-atletas por percibir dinero.
Ese golpe le valió como reacción a la NCAA, que se dio cuenta que, ahora sí, ya no podía seguir haciéndose la desentendida del tema.
Sin vuelta atrás, la NCAA ya no tiene alternativa
Cuestión de tiempo será, entonces, para que cada actor involucrado juegue sus cartas y trate de llevar agua para su propio molino, aunque todo indica que este movimiento no tendrá vuelta atrás y que, más tarde o más temprano, los estudiantes comenzarán a poder hacer dinero de su status de atletas universitarios.
Quedará en el camino terminar de definir las maneras, los detalles y las reglas a las que se tendrán que atener, pero con el tema en las bocas de los medios y de todo aquel que siga el devenir del deporte yanqui, ya será imposible hacerle oídos sordos a los justos y longevos reclamos de paridad económica en un negocio que está inundado de dólares. Era hora.