“Nada de todo esto debía haber sucedido”, se lamentaba el doctor Highfield mientras caminaba por el desértico páramo bajo un sol abrasador, cuyo fulgor apenas podían mitigar los cristales ahumados de sus lentes ajustables. El sudor resbalaba por el interior de su desgastado traje contra la nociva radiación ultravioleta. Una y otra vez venía a su mente la desastrosa concatenación de acontecimientos que había llevado a la humanidad a este desolador destino. bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals bengals
Primero fue el virus. Aquella maldita pandemia descontrolada que diezmó la población mundial. Pero lo peor vino después. Las “vacunas”. Cuando los países pobres descubrieron que no habría dosis para ellos, no tardaron en rebelarse frente a los poderosos. No tenían nada que perder. Reclamaron por la fuerza los antivirales, solo para descubrir, como el resto de la sociedad, que su efecto era limitado. Al poco tiempo, reaparecían los síntomas de la enfermedad. Y vuelta a empezar.
Los mercados enloquecieron. Los precios de la luz se volvieron astronómicos e inalcanzables para los ciudadanos. Las fábricas dejaron de producir. Las primeras afectadas fueron las empresas tecnológicas, después les siguieron las demás. Los bienes de primera necesidad empezaron a escasear. Los combustibles se volvieron un lujo al alcance de pocos privilegiados. El agua, un bien tan escaso que se convirtió en la divisa universal para las transacciones.
Se talaron bosques para hacer arder la madera. Se secaron pozos, ríos y lagos por el sobreconsumo. Se esquilmaron los polos. Hasta que el planeta dijo basta. El cambio climático convulsionó la tierra. Inundaciones, terremotos, incendios devastadores, dilatación del agujero en la capa de ozono… Desaparición de las plantas y el 99% de la fauna. Y el hombre, el causante de este destrozo, enfrentado el uno contra el otro. Quien no moría del virus, o de hambre, lo hacía peleando contra su semejante, en las diferentes tribus que se habían conformado por todo el orbe, por un trozo de carne seca o un vaso de agua turbia.
“La única solución es volver al origen”. Un grupo de científicos, del que Highfield formaba parte, había conseguido sobrevivir refugiado en un bunker secreto. Creían que, solucionando el problema original, el virus, la humanidad volvería lentamente a la normalidad. Pero ningún laboratorio había dado con la cura definitiva. La esperanza era que la genética, por pura evolución natural, hubiese creado un ser completamente inmune. Extrayéndole sus anticuerpos sería posible erradicar la enfermedad. “Debo encontrar al elegido”, recordaba Highfield el objetivo de su misión, mientras a lo lejos escuchó el ruido de un motor.
Runningbacks
Por precaución, se escondió tras unas rocas. El sonido de un motor no presagiaba nada bueno. Sólo podía proceder de los vehículos de los temidos pandilleros del desierto. Una tribu de salvajes, sin más ley que la de su líder, Joe Mixon. Criminales de la peor calaña, como pudo comprobar Highfield desde su atalaya. Media docena de coches destartalados rodearon y asesinaron cruelmente a un pobre indefenso. De haber llevado algo de comida en el estómago, Highfield lo hubiese vomitado. El miedo le empujó a correr. Mala decisión. No tardó en ser atrapado por los bandidos y golpeado hasta perder la consciencia.
Despertó ya de noche, en una antigua refinería. De ahí sacaban los pandilleros el combustible para sus coches. Sentado frente a él tras una hoguera, el cabecilla de los forajidos, “Mad Mix”, como le gustaba ser llamado, se puso en pie al comprobar que Highfield había vuelto en sí, y empezó a hablar.
- Veo que llevas la insignia de bronce que te identifica como MEMO (Miembro Especial de la Medical Organization). Ya estarías muerto si no necesitara un médico para mis hombres. La vida es dura, aquí.
Acompañó Mad Mix sus palabras con un gesto hacia unas tuberías de las que colgaba el cuerpo inerte del desgraciado asesinado horas antes.
- Ahí le tienes. Bernard era mi segundo, pero quiso traicionarme. Ya no volverá a intentarlo. Ahora, Samaje Perine ocupará su puesto como RB2, y Trayveon Williams el de Perine como RB3.
El tal Perine era un individuo enorme, el típico RB Norte-Sur, mientras que el otro, Williams, un RB cuyas características ciertamente se asemejaban a las del difunto Bernard. Ambos sometidos a la incuestionable superioridad atlética y astuta de su líder Mixon.
Aprovechando un despiste de sus captores por la ceremonia de nombramiento de Perine como lugarteniente, Highfield logró alcanzar una tea ardiente de la hoguera y la arrojó hacia los tanques de petróleo. El fuego y las explosiones sin control se extendieron por todo el campamento. Mientras los pandilleros intentaban sofocar el incendio, Highfield logró robar uno de sus vehículos y se alejó a toda velocidad de aquel infierno.
Receptores
Cuando el coche agotó su combustible, Highfield avanzó a pie hacia lo que parecían los restos de una antigua metrópoli. Los edificios, abandonados y en ruinas, estaban cubiertos por una densa vegetación que había engullido por completo lo que antaño fuese una gran ciudad. De la espesura surgían extraños ruidos animales, y podían sentir las miradas amenazantes de docenas de pares de ojos rojos como la sangre. Highfield estaba a merced de esos monstruos mutantes cuando de pronto, una voz humana le advirtió:
- ¡Vamos, ven conmigo si quieres seguir vivo!
Highfield, sin aliento, siguió a todo correr al extraño hasta una alcantarilla por la que ambos bajaron al subsuelo. Ante ellos se extendía una auténtica urbe subterránea. El rostro de asombro de Highfield no pasó desapercibido para su improvisado salvador.
- Cuando el virus se extendió por el planeta, tuvimos que refugiarnos bajo tierra para escapar de él. Llevamos mucho tiempo aquí abajo esperando que se limpie la atmósfera en la superficie para recuperar la normalidad. Nos hacemos llamar el ejército de los 12 monos receptores. Por su agilidad y trabajo en equipo. Mi nombre es Chase. Tendrás hambre, ¿verdad?
Highfield siguió a Chase hasta una especie de plataforma móvil que se movía verticalmente por varios niveles. Estaba llena de alimentos.
- Puedes comer lo que quieras –le explicó-. Lo que sobre bajará al nivel inferior, y así sucesivamente hasta el último. Los del nivel principal somos Boyd, Higgins y yo. Titulares indiscutibles y objetivos de la principal cantidad de pases.
Más abajo –prosiguió– están Sample y Uzomah, los Tight-Ends. Aquí no les hacemos demasiado caso. Los tenemos básicamente para bloquear. Con ellos se encuentra el WR Tate, quien ocuparía el puesto de alguno de nosotros tres principales si cayéramos lesionados.
Por debajo de ellos se encuentran los wide-receivers Thomas y Taylor, cuya misión se centra básicamente en equipos especiales; junto con Moss, un TE con contactos en las altas esferas por ser hijo de un antiguo mandamás.
En el nivel más bajo se encuentran los pobres infelices del practice squad. Los WR Morgan y Washington y el TE Wells. Estos son los últimos de los 12 monos. Sin apenas opciones de sobrevivir a los cortes.
Highfield se sintió horrorizado por la composición de tan extraña sociedad, pero el hambre le podía y se abstuvo de hacer comentarios. Comió hasta saciarse y, aprovechando cuando dormían, huyó de tan espantoso hoyo.
Línea Ofensiva
Apenas había avanzado unos centenares de metros cuando comprendió que no fue buena idea abandonar la seguridad del refugio subterráneo en plena noche. De pronto, se vio perdido en medio de un tenebroso bosque de troncos resecos, perseguido y acosado por unas extrañas fieras mutantes. Seres con forma de perros rabiosos, con picos y garras de cuervo, y cuyos cuerpos parecían recubiertos de acero. No tardó en quedar rodeado. Sin embargo, cuando iban a abalanzarse sobre él, un grito sobrenatural les sobresaltó y les hizo huir.
De entre los árboles surgieron unas extrañas criaturas. Individuos que en su día sin duda fueron humanos, pero ahora, de sus demacrados rostros colgaban jirones de piel, con los ojos salidos de sus órbitas. Sus cuerpos, deformes y putrefactos, se movían con lentitud. Highfield había oído hablar de ellos, pero siempre supuso que era otra de las fake-news con las que la humanidad selló sus últimos días.
Aquellos zombies eran los “astrazenecos”. Antiguos guardianes del orden que fueron los primeros en ser inoculados, y por tanto, en sufrir los terribles efectos secundarios de las primeras vacunas improvisadas. Sus cuerpos se hincharon a medida que sus cerebros se redujeron. Las autoridades los usaron para proteger y abrir vías, antes de abandonarlos a su suerte.
Aquellos “walking dead”, o muertos vivientes, no sólo ahuyentaron a las fieras sino que llevaron a Highfield a su tétrico campamento. Allí pudo conocer su triste historia de los labios amoratados de Jonah Williams, su LT.
- El señor Brown, nuestro jefe, siempre nos despreció. Nunca pareció importarle la línea ofensiva. Nos impuso como instructores a impresentables como Alexander o Turner. Ahora, con Pollack de entrenador, parece que la cosa empieza a mejorar. Nos desprendimos de Hart e incorporamos a Riley como RT. Carman y Spain aportan juventud y veteranía respectivamente a las posiciones de OG. Y Hopkins, el center, siempre ha sido de los mejores. Ahora somos un bloque mucho más sólido. Puedes estar tranquilo y dormir un poco si quieres. Nosotros te protegeremos.
Highfield se recostó, pero se mantuvo despierto. Había algo en ellos que le hacía desconfiar. No le habían ofrecido alimentos, ni les había visto comer. Entreabrió un ojo y vio, colgado de una rama, lo que parecían huesos humanos. Una rodilla pulida de tanto roerla. De pronto lo comprendió: no le habían ofrecido cena, porque ÉL era la cena. Esa mal llamada línea de salvaguarda no protegía a nadie. No habrían dudado en matar a quienes debían defender.
De un brinco, se incorporó y atravesó el grupo de caníbales que se preparaban para comérselo, con la misma facilidad con que los pass-rushers les superaban. Corrió, sobre todo por fuera del bosque, para evitarlos. Lentos, e incapaces de abrir camino entre la marchita arboleda, le perdieron de vista.
Línea defensiva
Tras varias jornadas de solitaria travesía por aquella yerma estepa, bajo el tórrido sol, sin agua ni apenas alimentos, el cuerpo de Highfield dijo basta. Se rindió a su destino, y comprendió que aquellas ardientes dunas serían su tumba, segundos antes de desmayarse inerte. No esperaba hacerlo, pero despertó. Y al hacerlo, creyó haberlo hecho en el paraíso.
A su alrededor, se extendía un vergel de vegetación de vivos colores. El aire era fresco, e incluso se oía correr el agua por riachuelos. Un individuo de rostro angelical le ofreció la más jugosa fruta que jamás había probado, que devoró en apenas dos mordiscos.
- Tranquilo amigo, tenemos muchas más. Aquí podrás comer y beber hasta saciarte. Tuvimos suerte de encontrarte en la última expedición, estabas medio muerto.
- ¿Qui…quienes sois? –balbuceó Highfield-.
- Oh, somos los Eloi. Quarterback en lenguaje antiguo. Mi nombre es Brandon Allen. Aquel de allá es Dungey, y éste que se acerca a nosotros, Shurmur.
Highfield se sorprendió al ver que todos aquellos seres estaban dotados de una belleza y perfección sin igual. Por alguna razón, dedujo, la humanidad había evolucionado en aquel remoto oasis hasta alcanzar su máximo esplendor. Estaba reflexionando sobre la posibilidad de encontrar ahí a su “elegido”, cuando de pronto, una sonora sirena le sacó de sus elucubraciones.
- ¡Vamos, rápido, tenemos que escondernos! –le apremiaron con aterrorizada urgencia-. ¡Vienen los Morlocks!
En su aún debilitado estado, Highfield no podía correr tan veloz como ellos, y pronto quedó atrás. No tardó en encontrarse desamparado, y rodeado por peludos seres corpulentos, de ojos grandes y tez pálida. Le atraparon y le llevaron a su guarida, en las entrañas de la tierra.
Los Morlocks arrojaron a Highfield a un osario, donde comprendió la naturaleza caníbal de sus captores. Iba a ser sacrificado cuando su líder, al que llamaban Hubbard, les hizo detenerse.
- Tú no eres un Eloi. ¿Qué haces aquí?
- Busco al elegido para salvar la humanidad. Creí que lo encontraría entre esa civilización superior de ahí arriba.
- Ja, ja, ja –rió sonoramente Hubbard-. ¿De verdad te parecen superhombres? Esos pomposos sobrevalorados y sobrepagados de los quarterbacks son quienes se llevan las atenciones mediáticas, pero nosotros, las trincheras, somos la base del football. Deberías ver sus caras cuando les atacamos. Sólo son fachada. ¿Acaso se quedaron a ayudarte cuando te quedaste solo? Créeme, con nuestra forma de vida, comiéndonos a los quarterbacks, hacemos un favor a la sociedad.
- Entonces… en realidad les utilizáis como ganado. Les permitís vivir en ese edén sólo para engordarlos y que os sirvan de alimento.
- Veo que lo has comprendido. Los de ahí afuera solo son quarterbacks suplentes. A nadie importa si viven o mueren. ¿Buscas una casta evolucionada? Aquí nos tienes a nosotros. Cada uno tiene su papel. Reader y Ogunjobi son los defensive-tackle, encargados de evitar que corran, para que Hendrickson y yo, los defensive-end, podamos cazarlos.
- Pero… ¡es maravilloso! –exclamó Highfield alabando a Hubbard para ganarse su confianza-. Por favor, deja que te eche una foto para subirla a instagram y tener miles de likes.
- Instagram, likes… no sé lo que es, pero suena bien. Eso me haría realmente importante. Inmortal. Recordado incluso cuando pasen miles de años. Sería como una máquina del tiempo. ¿Te parece bien esta pose?
Highfield sacó su móvil y el flash de la cámara deslumbró a Hubbard, quien retrocedió dolorido por el fogonazo de luz. Acostumbrados a vivir en la oscuridad, los Morlocks tenían los ojos muy sensibles. Armado con la linterna de su teléfono, Highfield logró abrirse paso entre ellos y escapar de tan tétrica caverna, corriendo sin mirar atrás.
Linebackers
Highfield prosiguió su búsqueda del elegido, pero esta vez no anduvo solo por aquellos desolados parajes. Compartió camino con otro peregrino, llamado Anarumo, en otro tiempo coordinador defensivo. Portaba el viajante un curioso libro, que releía todas las noches. Lo tenía desde sus tiempos en Giants, y era un antiguo playbook de cuando Manning les hizo campeones. “El libro de Eli”, se titulaba.
- Se está haciendo de noche, es mejor que acampemos –recomendó Highfield-. Esta zona está plagada de saqueadores, mejor hagamos turnos para vigilar. Empezaré yo.
Tras su guardia, no habría pasado ni media hora cuando unos gritos le despertaron. Se levantó sobresaltado, sólo para ver frente a sus ojos los cañones recortados de una escopeta de caza y comprobar que Anarumo se encontraba ya atado y amordazado. En aquel instante, Highfield cayó en la cuenta de que su compañero… ¡era ciego! Sólo alguien sin vista hubiese sido capaz de encadenar dos campañas consecutivas encajando casi 400 yardas por partido, con una defensa bengalí donde por una vez, el propietario había invertido generosamente en la agencia libre, y le habían concedido múltiples elecciones de draft.
Highfield y Anarumo fueron llevados prisioneros a una ciudad que le recordaba los antiguos westerns que veía de niño, y donde lo primero que le llamó la atención fue que estaba habitada solamente por gente muy joven. Nadie allí parecía tener más de 30 años.
- ¡Bienvenidos a Linebackerlandia! Mi nombre es Germaine Pratt, y éste que está a mi lado es Logan Wilson, mi lugarteniente. A Markus Bailey y Akeem Davis-Gaither ya veo que les conocéis –dijo el alcalde de la destartalada villa señalando a los bandidos que les habían apresado la noche anterior-. Buen trabajo chicos. Algún día, cuando Wilson y yo vayamos al carrusel, vosotros gobernaréis la ciudad.
- ¿Qué es eso del “carrusel”? –preguntó Highfield-.
- La decadencia de la civilización proviene del afán por alcanzar la inmortalidad. Pero es imposible lograr la eterna juventud, sólo se consigue la eterna vejez. Así, los recursos de la sociedad se ven lastrados para mantener a ancianos improductivos. Los viejos no servís para nada. Es mejor vivir una vida plena, y cuando las fuerzas te empiecen a faltar, ir al carrusel. Una ceremonia de regeneración, donde dejas tu cuerpo en la tierra, y tu alma se reencarnará en un recién nacido.
- Pero, de esta manera, desprecias lo que la sabiduría de la veteranía puede aportar. El conocimiento que un linebacker experto en el juego puede enseñar a los más jóvenes.
- ¡Ya basta! No quiero a nadie mayor que yo aquí. Hemos sobrevivido ajustándonos a lo mínimo, con formaciones de solo dos linebackers en el campo, dejando apenas 5 en el roster, y porque hacían falta en equipos especiales. Nadie nos acusará ya más de ser lentos para entrar al blitz, o para perseguir a los TE en cobertura. Y vosotros, mañana acabaréis vuestros días en el carrusel.
Highfield ya daba por hecho que iba a morir en aquel pueblo maldito, cuando con mucho sigilo, se abrió la cerradura de su celda. Logan Wilson, el lugarteniente del alcalde Pratt, se llevó el dedo índice a la boca rogándole silencio.
- He decidido ayudaros a escapar para irme con vosotros. Pratt está loco. No quiero resignarme a tener que retirarme a los 30, quiero tener una carrera larga y próspera.
De esta forma, Highfield, Anarumo y Wilson, huyeron a hurtadillas del poblado, en lo que más tarde se conoció como “la fuga de Logan”. Wilson y Anarumo prosiguieron su marcha hacia el oeste en busca del “santuario”, mientras que Highfield continuó su marcha para encontrar al “elegido”.
Secundaria
“Recuerdo cuando todo esto era tierra firme”, se lamentaba Highfield mientras su barca navegaba sobre el océano que, tras haberse derretido los polos, ocupaba gran parte del planeta. La fisionomía del orbe había cambiado radicalmente, pero no así la actitud de sus habitantes. Ya fuera sobre tierra o en el mar, el hombre se había convertido en la mayor amenaza para el hombre. La única diferencia era el hábitat y los medios de locomoción. Esta vez, los bandidos se movían sobre motos acuáticas, como pudo comprobar al verles acercarse. Era inútil maniobrar con su frágil esquife de vela.
No tardó en verse rodeado por los cornerbacks exteriores Awuzie y Waynes. También conocidos como “humeantes” por las veces en que fueron quemados en Cowboys y Vikings respectivamente. A la espera quedaron los cornerbacks de slot Hilton y Phillips. La nueva normalidad de la proliferación del pase, había provocado que cada vez hubiese más cornerbacks en escena. Highfield ya se imaginaba pasto de los depredadores marinos cuando de repente, algo llamó la atención de sus asaltantes.
A bordo de un trimarán, llegaron salvadores los llamados “safeties”. Prácticamente perdida ya la fe en la humanidad, a Highfield le reconfortó comprobar que aún quedaban seres de buena voluntad en aquel anárquico mundo marino, o “waterworld”. Bates era el safety que se encargaba de velar en aguas profundas, mientras que Bell lo hacía en zonas próximas a la orilla, o al box, como ellos las llamaban.
Al verles aparecer, los bandidos emprendieron la huida, encabezados por Phillips, el más rápido, que para eso era también el retornador. Bates y Bell eran una de las mejores parejas de safeties de la liga, aunque su calidad no siempre estuviera reconocida como merecían.
- No debería aventurarse en estas aguas –le recomendó Bates-. Son peligrosas, están infestadas de bandidos. Si no lleva cuidado en sus rutas, es probable que le intercepten. Mejor será que vuelva por donde vino.
- No puedo volver atrás –confesó Highfield-. Debo proseguir mi búsqueda.
- En tal caso, –dijo Bell– lo único que podemos hacer es remolcarle hacia la orilla más cercana. De ahí en adelante, ya será cosa suya.
Equipos especiales
Quizá Highfield debió haber seguido aquellos consejos y dar la vuelta. La ciudad donde desembarcó era, ni más ni menos, la zona cero de la pandemia. Hacía tiempo que ningún ser vivo habitaba allí. Corrijo. Ningún ser humano. Los efectos secundarios del virus habían convertido en violentos mutantes a quienes sobrevivieron. Las autoridades ordenaron la evacuación de los no contagiados, el confinamiento forzoso de los infectados, y sellaron el lugar. Highfield era probablemente el primero en penetrar ahí en mucho tiempo.
Los mutantes se dividieron en bandas, que cazaban en manadas, guiados por sus respectivos líderes. La tribu de los kickers estaba comandada por McPherson, mientras que la de los punters por Huber. Desposeídas de todo rasgo de piedad, ambas se odiaban y combatían por cualquier cosa comestible. Highfield no tardó en descubrir que él era una cosa comestible.
Huyendo de ambos clanes, buscó refugio en el ruinoso Museo de las Desgracias Bengalíes. A su paso, abandonados pero todavía visibles, los restos de sus históricas miserias: el hombro de Cook, la pierna de Krumrie, la rodilla de Palmer, el pulgar de Dalton… Pese a su dramática situación, Highfield no podía dejar de preguntarse si tantas adversidades de la franquicia atigrada tendrían fin algún día con la llegada del “elegido”.
Sumido en tales pensamientos no se dio cuenta que sus perseguidores le habían rodeado. Notó además que las fuerzas le fallaban. Estaba mareado, con la boca seca y los pulmones cargados. El virus, que seguía endémico en el ambiente, había hecho presa en él. Si no moría a manos de los mutantes, lo haría infectado por la toxina mortal. En su delirio, le pareció escuchar el rugido de un tigre antes de desvanecerse y que todo se volviera oscuridad.
El elegido
Abrió los ojos, y una potente luz le deslumbró. El zumbido de un generador eléctrico le convenció que no estaba en el cielo, sino en un refugio medicalizado. Se palpó el cuerpo. Estaba intacto, salvo por una aguja hipodérmica clavada en su brazo.
- No te toques, aún serán necesarias más transfusiones.
Detrás de él, la voz de un joven le trasmitió una serenidad y seguridad que ya pensaba sería imposible volver a escuchar.
- Esos mutantes se creen muy valientes, pero en cuanto ven a “Who Dey”, huyen en desbandada –rio el joven mientras acariciaba el lomo de un sumiso tigre de bengala acostado a sus pies-. Tuviste suerte, la infección aún no estaba muy extendida. Te salvarás.
- ¿Quién eres? ¿Y por qué estás tan convencido de que me curaré?
- Mi nombre es Joe Burrow. Por alguna razón, soy inmune a todas las variantes del virus. Hace tiempo sinteticé a partir de mi propio plasma sanguíneo una cura eficaz para la pandemia. Por desgracia, ya no quedaba nadie aquí a quien suministrársela. No pongas esa cara, estuve en dos grandes universidades: Ohio State y LSU. Algo debí aprender, ¿no te parece?
Highfield no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Su búsqueda había concluido. Había encontrado al elegido.
- Pero… ¡esto es increíble! ¡Existes realmente, no solo en mi fantasía! Con tu sangre se podrán fabricar millones de dosis con las que inmunizar al planeta. Noto tu energía fluyendo a través de mis venas. Mi visión se tiñe de tonos naranja y negros. Es el inicio de una nueva era. Una dinastía, la bengalí, de la que tú eres el germen. Tú serás nuestro líder y guía. La leyenda de Burrow y los Cincinnati Bengals, comienza ya.