New Orleans in my mind
Se cumplieron sesenta años hace nada. Estados Unidos aún en estado de shock por el asesinato de Kennedy. The Beatles realiza su primer viaje por América provocando suspicacias y soponcios. Un viejo trompetista de New Orleans arrebata el número 1 del Billboard a los melenudos británicos. Gana, además, el Grammy a la mejor canción y a la mejor actuación vocal masculina por Hello Dolly. Se convierte así en el artista más viejo en tener un número uno. day day day day day
Es Louis Armstrong. Año 1964. Es, acaso, la figura musical más relevante de una ciudad que gotea ritmo en los rincones y en los malecones. Donde la música se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones (lean a Cortázar, che). Es la mezcla de culturas, el crisol de razas y religiones, los sonidos franceses, las palabras cubanas, los lejanos ruidos sicilianos. Es la cadencia, la percusión y el sensual baile.
Himno a la inoperancia
Este año, uno más, la NFL ha decidido jugar su partido más importante en la ciudad de Louis Armstrong. Y como inoportuno homenaje ha perpetrado la desilusión musical más decepcionante que uno recuerda en esta señalada fecha. Aunque el show del descanso sea la parte mollar, el meollo, son tres los momentos cumbre de la Super Bowl allende lo deportivo. Primero entonan el America, The Beautiful un poema de 1985 musicalizado luego y convertido en una suerte de himno oficioso que no falta nunca en los actos más importantes del país.
La interpretación por parte de Lauren Daigle y Shorty el del trombón fue sosa y desapegada, nada vibrante ni emocionante, alejada del sentimentalismo doloroso que suele provocar este poema sonoro, no exenta de ciertos localismos pintorescos pero ausente de toda calidad. Con todo fue la mejor de las tres actuaciones. Luego vino el muchacho Batiste y su piano para atropellar el himno nacional. Pese a que las lágrimas del dúo Jones&Sirianni hicieron acto de presencia, no vinieron provocadas por Batiste. O sí, por el truño insoportable que se marcó. También le quiso dar una pátina folclórica a su actuación, a medio camino entre el cabaret ambulante y la opereta de saloon. Caben reseñar apenas su nariz y el estampado de su piano. Lo demás, un fiasco.
Solo por ofrecer una pequeña muestra de lo que debería ser y no fue, les enseñamos el himno de Chris Stapleton hace solo un par de años, en la Super Bowl 57
y el America The Beautiful de Ray Charles en la más lejana Super Bowl 35, el 28 de enero de 2001.
Lo de Lamar
Detrás de Daigle, Shorty y Batiste, salieron los Chiefs fríos al césped, obvio. Y después de 30 minutos aciagos que nos dejaron casi sin partido, llegó el Halftime Show. 13 minutos que han incendiado las redes levantando ampollas, suscitando encontradas opiniones radicales. Adoradores y críticos se han enzarzado a gusto estos días. Más teatral que melódica, la interpretación de Lamar gana con los lavados, como unos viejos tejanos. Aburrida y en exceso discursiva, en primeras nupcias, va mejorando cuanto más la ves ya que anida en los detalles y vive de los easter eggs y de los guiños. Es mucho más importante lo que se infiere que lo que se canta.
Deberían haber repartido un libro de instrucciones para seguirla. Con los días, gente docta y abrumadoramente preparada ha ido explicándonos a los legos el significado de cada movimiento, de cada palabra, de cada fragmento. La crítica social desprendida, el grito humano inherente, la racialización de cómo meter 500 bailarines en un Buick. La exégesis del show del descanso de la Super Bowl es algo que nunca vi venir.
Me recuerda a lo que Borges pensaba de Daneri en el comienzo de Aleph: “ (…) las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable”. ¿Es un genio, Lamar, o es Capitán a posteriori? Les invito a que lean u oigan estas reflexiones. Es cierto que, una vez entendido, la cosa gana. No menos cierto que si el arte necesita explicación para poder ser degustado, o sea disfrutado, lo siento, no es arte. Será otra cosa.
Me quedo añorando a U2, a Prince, a Aerosmith. A Nirvana que nunca sucedió. A la Taylor Swift que un día será. Paso página, pues y olvido este 10 de febrero de 2025, el día que la música murió, en la Super Bowl.
Pablo López | @jucort365