Hace 4 temporadas, los Vikings visitaron Londres para jugar contra los Steelers. Debido a mi situación laboral (estábamos en una crisis que lamentablemente aún dura para muchos) no pude permitirme el lujo de ir a ese partido. Pero me juré a mí mismo que algún día vería a mi equipo en directo. Me daba igual si tenía que ir a Minneapolis o la China, quería vivir esa experiencia. He pasado estos años mirando de reojo precios, dejando caer a mi mujer que podríamos ir de viaje a USA y aprovechar. Ya que íbamos… Pero era más un sueño que una posibilidad real.
Dando vida al sueño
Pero entonces llegó el día en que se anunció que Browns y Vikings iban a jugar en Londres en 2017. Esta vez no podía perder la oportunidad, costara lo que costara. Mi decisión era firme. Y entonces, BOOM, se anuncia el día: el 29 de octubre. Un día antes del aniversario con mi mujer. Pero a ella, aunque no le desagrada el Football (es de los Seahawks), no le gusta tanto como para ir a ver un partido. Afortunadamente, no se opuso a que fuera yo (eternamente agradecido), ¡iba a hacer mi sueño realidad! Viviendo en un pueblo de 6000 habitantes, en plena Sierra Mágina, es difícil encontrar aficionados al football. Pero los hay. Hablé a dos de ellos sobre el tema y aunque hubo interés, por problemas de agenda, no iban a poder. Todo apuntaba a que me iría yo solo, ¿quién dijo miedo?
Adquirí un pack «entrada+hotel» y, aunque en un principio me pareció algo caro, lo volvería a hacer (más tarde os cuento el por qué). Por trabajo, paso muchos fines de semana muy cerca del aeropuerto del Prat, así que estaba claro desde donde volaría. A medida que se acercaba la fecha, aumentaban mis dudas (algunas solventadas por Gartzo) y mis nervios. Aunque ya había leído en las condiciones de la reserva que la entrada no llegaría hasta una semana antes, y aunque la página web era redirigida directamente de NFL.com, cada día que pasaba sin la llegada de ese valiosísimo «papel» me ponía más y más nervios. «¿Y si me han timado?», pensaba. Pero no, cumplieron. Llegó a falta de 10 días. Ahora sí, ahora ya lo tenía todo, el sueño iba a cumplirse.
Rodeado de fans
Parte de mis dudas residían en saber si me iba a dar tiempo de llegar al partido. Volaba el mismo día y tenía que ir antes al hotel, al no saber donde dejar la maleta/mochila. Y por esto dije antes que repetiría comprando en esa web el paquete «entrada+hotel». Y es que el alojamiento que me asignaron está a 25 minutos de Heathrow en combinación metro/bus. La misma distancia que al Twickenham Stadium en un bus casi directo.
Hasta mi llegada al hotel, con la excepción de dos camisetas Browns en el vuelo, no palpo ambiente de football. Pero siendo Inglaterra era previsible. No puedo entrar al hotel hasta las 14:00, así que me cambio en un lavabo, dejó la maleta en recepción y ¡al estadio! La parada está a menos de 100 metros y al llegar hay varios fans con sus atuendos. Un Pat, un 49ers, una camiseta de Ponder (el chiste se cuenta solo) y una pareja con gorros de Packers.
La pareja… En un principio no me percaté de sus gorros, pero llegó a la parada alguien a quien llamaré el crack. Por su forma de hablar me di cuenta que no era británico. Camiseta de Brad Johnson y gorro vaquero. Pasó por delante de la pareja y vio los gorros. Pobres… Empezó a burlarse de ellos. Nada grave, todo risas. Pasó por delante mía, me saludó con un efusivo «SKOL!!» y un choque de puños. Hace lo mismo con Ponder y justo llega el autobús, lo que empeoró la situación de la pareja.
La segunda planta del autobús iba hasta las cejas de vikingos. Abucheos, carcajadas… Y el crack sentado justo en un asiento delante de ellos. Se pasó todo el trayecto con la coña, ayudado por otro chico sentado detrás mía. Éste, quise entender, ¡había llegado a jugar con nuestro querido Moritz! La cuestion es que ya en el autobús me dio la sensación de haber mayoría vikinga. Y sí, la confirmación fue la llegada al estadio. El púrpura mandaba.
El calvario de Twickenham
Un paseo de 5 minutos me llevo desde la parada del bus al estadio. Parada que, con el show del crack, se me habría pasado por completo de no ser por los demás aficionados. Os recomiendo leer el artículo sobre Twickenham que ha escrito Nayonssen. Él os explica mejor cómo es; yo sólo me limitaré a cagarme (con perdón) en la madre del que decidió no poner un ascensor hasta el tercer graderío.
Pasados los controles de seguridad, decidí que cuanto antes encontrará mi asiento, antes podría ir a llenar el estómago. ¡Error! Inicié lo que voy a llamar «ascenso al infierno». Poco a poco, escalón a escalón, Falete llegó. Para mi alegría final, un steward, agradable como una picadura de avispa en la entrepierna me dijo que aún no podía acceder a mi asiento. Tampoco fue del todo malo, pude recuperar el aliento.
Desde arriba, asomado a una barandilla, veía los puestos de comida y pensaba «prefiero pasar hambre y sed a volver a subir». Otros aficionados que iban llegando y se encontraban con el simpático personaje parecían pensar lo mismo. Por suerte hay más puestos de comida arriba, y en uno de ellos encontré mi salvación en cuanto al idioma: una camarera española. Cerveza y empanada de carne en mano (eso quemaba más que las palabras de una suegra) y, con el permiso del steward, me fui a mi asiento.
Calentando motores
Lo primero en que me fijo al ver el verde es el tamaño, la TV alarga mucho las distancias. Mientras retiraba una bolsa roja y un banderín de Browns que había en mi asiento abatible, me viene a la cabeza Walsh (y su madre). ¿Cómo narices falló desde ahí? En fin. Situado tras la end zone de Browns, escorado a la derecha, mi vista me permitía abarcar todo el terreno de juego. Los jugadores calientan, y aunque los míos están en el otro fondo no me cuesta reconocer a Waynes, Diggs… Pero el que destaca es Linval. Es como un camión al lado de un Aixam. Aunque en mi zona hay alguien más grande aún: Shelton, NT de Browns. Tengo debilidad por él, por el podcast NFL-SPAIN y Pablo Miralles. Esos gemelos, como balones de baloncesto. ¿Cómo Goodell sigue de una pieza tras el famoso abrazo de tal morlaco?
Poco a poco las gradas se iban llenando, mientras en el césped los jugadores seguían con el calentamiento. Pendientes de ellos y de los vídeos de mejores jugadas que emitían en las mega pantallas se me pasó volando el tiempo de espera hasta el inicio del partido. Y entonces llega el show pre-partido. La banda de percusión de Browns, las mascotas, la salida de los equipos y los himnos. Supongo que ya habréis leído muchas veces lo del respeto que tienen por los himnos en otros países, pero otra cosa es vivirlo. Respeto máximo durante su interpretación, con la participación de todo el estadio sosteniendo unas bolsas de colores previamente colocadas en los asientos que convertían a media grada en la bandera de USA y la otra media en la Union Jack.
¡Vuela el ovoide!
Durante el sorteo de campos, me percaté de que dos asientos a mi derecha había un aficionado de Bears que me iba a alegrar el partido. Celebraba cualquier cosa contra los Vikes, incluso que perdimos dicho sorteo. A mí izquierda un matrimonio de Minneapolis acompañado de otro de Cleveland. Con «Seek & Destroy» atronando en la megafonía se dio el kick-off. Es increíble lo diferente que se ve el juego desde el campo y más desde la perspectiva que tenía. A pesar de que no empezó la cosa muy bien para nosotros, disfrutaba como un gorrino en el barro. Como soy un culo inquieto, estuve varias veces a punto de caerme, maldito asiento plegable. Me levantaba, gritaba y aplaudía en casi cada jugada. Lo siento por el muchacho de atrás que acabaría hasta las narices de mí, pero no podía parar. Estaba cumpliendo un sueño viendo a mi equipo.
→ Analizando a mis Vikings
McKinnon (el verdadero hombre del partido sin desmerecer a Thielen) empieza a ser un problema para Browns. Cada vez que recibe saliendo del backfield amasa un buen número de yardas y sus acarreos son mucho más productivos que los de Murray. El primer subidón llega con el TD de Thielen, el primero en su cuenta esta temporada, como bien me recuerda mi vecino mientras me abraza eufórico.
Aunque teníamos casi el doble de posesión que Browns, ellos llegan por delante en el marcador hasta avanzado el 3er cuarto. Me daba la sensación de que su defensa cada vez aprieta menos y que la nuestra se ha ajustado. Cae el merecido TD de McKinnon con la conversión de dos puntos y el TD de Rudolph. Ante la mirada atónita de mis vecinos me marco un Zanoni: «Tara tarara tara tara tarara»… Sí, soy gilipollas, pero lo bien que me lo pasé no está pagado.
No quiero continuar sin destacar a dos hombres en defensa: Kendricks y Smith. Están en todas y siempre llegan. Con el partido ya encaminado empiezan a caer los sacks: Linval, Johnson y como no, ¡¡¡SACK DADDY!!! Ni mi presencia en la grada rompió la racha (soy un gafe). El marcador también provocó que mucha gente empezara a abandonar la grada faltando más de 5 minutos en el reloj. Entiendo a los que, como yo, tenían que bajar 2 millones de escaleras, pero a los de las gradas bajas, no. Parecían los piperos en el Bernabéu.
Un día inolvidable
Con el pitido final encamino las escaleras y empiezo una odisea en busca de Gartzo y Nayonssen. Tremendamente agradecido al gemelo de Ron Weasley, por cierto, que me indicó el camino equivocado hacia el tailgate. Di toda la vuelta al estadio, pero los encontré (o mejor dicho, me encontró Nayonssen mientras escribía un WhatsApp a Gartzo). Que tonto fui quedando con ellos al acabar y no antes para calentar el partido. Unas cervezas y un buen rato de conversación hasta que nos cerraron el chiringuito.
De vuelta al hotel, compartiendo autobús y frío en la parada con Nayonssen, le comento que quizás escriba esto (liado por Vikings.es) y me anima a que lo haga. Así que si no os gusta, la quejas a ellos. Bromas aparte, gracias por dejar, a un tío tan negado como yo, explicar lo que ha sido una experiencia inolvidable. Una experiencia que me gustaría repetir alguna vez. Pero la siguiente, ojalá sea en Minneapolis.