Brian Daboll, el coordinador maldito

Paul Verlaine -ese indómito genio de la lírica francesa- publicó en 1884 una de sus obras más conocidas: Los poetas malditos. Con esta denominación, deseaba poner de relieve a esos genios, a esos artistas que, a pesar de su innegable talento, eran maltratados y vilipendiados por su sociedad contemporánea. De esta manera, Verlaine hacía un explícito homenaje a unos líricos incomprendidos, a unos escultores del verso, cuyo hermetismo, idiosincrasia y excelencia los alejaba del mundanal ruido. 

Tristan Corbière, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L’Isle-Adam, el disoluto y crápula Arthur Rimbaud y “Pauvre Lelian (trasunto del propio Verlaine) recibieron, de este modo, el homenaje que se merecían. Ese concepto de “malditismo”, de poeta encastillado en su torre de marfil, de genio alejado de su mundo real, sería tomado, por Verlaine, del poema “Bendición” de la inmortal obra Las flores del mal de Charles Baudelaire. 

 

Verlaine y Rimbaud, dos «poetas malditos» / gatopardo.com

 

Existen genios en todas las facetas de la vida y -lamentablemente- muchas veces son unos incomprendidos. Sin embargo, a veces, el éxito, el reconocimiento y la consideración general les llega. En un mundo, como el football, dominado por los Mahomes, Belichick, Reid, Brees, Brady, Rodgers, Leach, Swinney o Saban -públicamente aclamados-, existen otros “genios”, cuya labor silenciosa no llega a los focos más mediáticos, sino que, muchas veces, sobrevive en el ostracismo, apagada por decisiones complejas, cuestionables y que, en ocasiones, posee una inteligibilidad difícilmente asumible.

A este grupo pertenece el agente principal de esta historia, un coordinador cuestionado, no comprendido, -a veces- maltratado, un entrenador que supo luchar contra viento y marea, que se equivocó en múltiples ocasiones, que erró en sus planteamientos… pero que ha sabido aprender de los avatares del emparrillado, asumir sus debilidades, trabajar e implementar sus fortalezas y, en definitiva, crecer como líder de un grupo. 

Brian Daboll bajó a los infiernos el ya infausto -para la Bills Mafia- 4 de enero pasado. Ese primer drive, magnífico, excelso, atrevido, eléctrico, erizó la piel de todos los amantes de este deporte. Su planteamiento, el uso del juego terrestre, el equilibrio ofensivo y, en definitiva, la buena elección de las jugadas, en la primera parte, presumían una fácil victoria en Wild Card ante Houston Texans. En la reanudación se olvidó de estos preceptos, ultrajó a Devin Singletary, incidió -erróneamente- en continuos pases verticales y absurdos, no supo domar a ese “potro” llamado Josh Allen y entró en pánico. Emergió la titánica figura de JJ Watt y lo demás es historia. 

 

Daboll, en una de sus etapas con los Patriots / chatsports.com

Tras recibir la dura crítica, no solo de la esfera Bills Mafia, sino de todo el mundo NFL, Daboll flirteó con varios equipos en espera de una posible oferta como Head Coach. Amor que no se concretó, a pesar del firme deseo de Brian de recalar en uno de sus antiguos equipos, Cleveland Browns. 

Brandon Beane, ese brillante gestor que pocas veces se equivoca, tenía claro que el “Proceso” pasaba por la continuidad del coordinador nacido en Canadá. Los aficionados de Buffalo -entre los que me incluyo- no entendíamos esa decisión, a pesar de la positiva evolución de Josh Allen en su segundo año en la franquicia del norte de Nueva York. Pesaba mucho más el incomprensible planteamiento en Houston, la inoperancia ofensiva en tramos de la temporada, la tozudez en la utilización de ciertos jugadores, que esa metamorfosis del propio Josh. Allen declaró -por activa y por pasiva- que Daboll estaba siendo vital en su crecimiento como jugador y abogaba por la necesidad de seguir confiando en el coordinador nacido en Welland (Ontario). 

Brian siempre ha sido un trabajador infatigable, encerrado en su “laboratorio”, un obrero del ovoide silencioso, un alquimista en la búsqueda de una piedra filosofal que transmutase en oro todos los metales. Daboll inició su carrera futbolística en el Saint Francis High School, donde ya sorprendía su meticulosidad para escrutar todos los aspectos del juego. Posteriormente, jugó dos años como safety en la Universidad de Rochester. En 1997, recibió su primera oferta para trabajar como asistente en The College of William Mary, antes de pasar a engrosar las filas del staff técnico de Nick Saban en Michigan State, desde 1998 a 1999. Primera experiencia con uno de los grandes, un entrenador del que extraería muchos conocimientos. El destino volvería a unir sus caminos. 

William Stephen Belichick decidió reclutar al joven asistente canadiense para su recién inaugurada etapa en New England Patriots. Primero, Bill le encomendó a la parcela defensiva, pero, en 2002, decidió encargarle la dirección del cuerpo de receptores. Tras abandonar la nave de Foxboro, para emprender misiones en Jets, Browns, Dolphins y Chiefs, Belichick volvió a contar con él -2013- como asistente ofensivo y, posteriormente, como entrenador del cuerpo de tight ends. Cinco anillos de Super Bowl y la creación y uso de uno de los tight ends más dominantes de la última década, Rob Gronkowski, quedan en el haber de este erudito del ovoide. 

 

El pistolero y el alquimista / zimbio.com

 

En su etapa en New York Jets, como entrenador de quarterbacks, logró que Brett Favre obtuviera el segundo mejor promedio de pases completados en su carrera. Siendo Offensive Coordinator de Miami Dolphins, consiguió que la franquicia del sur de Florida obtuviera, por primera vez en la historia, 1000 yardas de carrera y 1000 yardas de recepción. Con Browns y Chiefs, a pesar de no terminar en el top total de ataque y de puntuación, cimentó la creación de sólidos ataques, con jugadores de calibre Pro Bowl.

En 2017, Saban volvió a contar con sus servicios -esta vez en Alabama- y vimos una ofensiva colosal, cimentada en la gestión de Jalen Hurts y las acometidas de Bo Scarbrough. La remontada en el National Championship ante Georgia y la escandalosa irrupción de un genio hawaiano con nombre impronunciable, Tua Tagovailoa, están íntimamente relacionadas con la labor de nuestro alquimista canadiense. 

 

Daboll y Tua: se gesta una remontada / al.com

 

En 2018, Brandon Beane y Sean McDermott confiaron en él para su proyecto en Buffalo. Daboll tenía la misión de ser el escultor que esculpiera al líder del llamado “Proceso”, un Josh Allen que era la indiscutible piedra angular del futuro de los Bills. 

Después de un primer año de transición, una segunda temporada de franca mejoría -a pesar de los raptos emocionales de Joshua en determinados momentos de la pasada campaña-, Brian ha conseguido equilibrar un sistema ofensivo, con un caudal y unas posibilidades impresionantes. 

Tras la adquisición -vía trade- de Stefon Diggs, el reclutamiento de dos jóvenes talentos como Gabriel Davis -que juega como un auténtico veterano- e Isaiah Hodgins -ojo con este chico cuando esté recuperado de su lesión-, el renacimiento -otra muesca en el revólver de Daboll- de John Brown y Cole Beasley, un prolífico cuerpo de tigh ends –entre los que se espera el despegue de Dawson Knox- y un equilibrado y poderoso dúo de corredores -Devin Singletary y Zack Moss-, Brian ha conseguido que se alineen los factores y se desencadene la “Tormenta perfecta”. 

Josh Allen ha subido increíblemente su nivel, ha madurado a pasos agigantados, ha sido capaz no solo de llegar a las 300 yardas, sino que incluso -en el partido contra Miami- ha superado las 400. El chico llegado de Wyoming, ese joven que solo tenía brazo y carecía de precisión, ha superado el 70% de pases completados -solo por debajo de un genio llamado Russell Wilson-, se ha convertido en un asesino perfecto en red zone, en el máximo agente NFL de remontadas en el último cuarto  y en un líder capaz de llevar a su equipo a la victoria. 

 

Josh & Brian, el escultor y su obra / billswire.usatoday.com

 

Los Buffalo “Air” Bills, un concepto ideado, gestionado y diseñado por Brian Daboll, es la denominación que está causando sensación en este inicio de la incierta campaña 2020. Buffalo Bills y Josh Allen, gracias a sus victorias y actuaciones, están despertando el reconocimiento y llevándose la atención de los focos más mediáticos, pero no se debe olvidar a Brian Daboll, ese genio que supo beber de la fuente de Saban y Belichick, ese estudioso del juego, ese alquimista que puede haber encontrado la piedra filosofal que convierta en el oro de un Super Bowl tantos años de desesperanza, agonía y frustración entre la sufrida afición #BillsMafia. 

 

@EduVall82   –   @BillsMafiaSpain   –   @BillsUniverso

 

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