¿Fracaso? ¿Qué entendemos realmente por fracaso? El insigne y -lamentablemente- cada vez menos usado Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua –DRAE, para los conocidos-, en su segunda y tercera acepción, define el término como “suceso lastimoso, inopinado y funesto”, o bien, como “caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento”. Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso Fracaso
El ínclito Henry Ford, un fracasado que resurgió de sus propias cenizas, legó -para la posteridad- una esperanzadora frase, que -actualmente- ilustra numerosos libros y manuales de autoayuda y propósito de éxito: “El fracaso es la oportunidad de comenzar de nuevo con más inteligencia”.
Del mismo modo, un genio de las letras, a veces, injustamente olvidado, como Julio Cortázar, habla en una clara sintonía con el estratega de la industria automovilística: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.
El acervo popular sostiene que, en ocasiones, de los errores se aprende y que, otras veces, hay que perder para ganar. El concepto de fracaso muchas veces está íntimamente relacionado con una idea muy en boga en los últimos años, la noción de “resiliencia”. La historia nos ha dejado multitud de ejemplos de esas personas que tienen una impresionante capacidad para superar circunstancias adversas y para adaptarse frente a agentes o estados perturbadores. Esa idea de nunca bajar los brazos, de tratar de sortear las dificultades que emergen a nuestro paso, de salir de la sima más cenagosa, de escapar del más vesánico de los problemas es innata al propio ser humano.
EL AVE FÉNIX RESUCITA DE SUS CENIZAS…
El propio transcurso de la humanidad nos ha legado multitud de ejemplos de personas que se superaron y escaparon -con éxito- del fracaso, erigiéndose en modelos perfectos de resiliencia. Pocos sabrán que el genio -almeriense, según la rumorología- de la industria cinematográfica infantil (para otros, un auténtico sádico, en virtud del contenido de sus cintas), Walt Disney, fue despedido del periódico Kansas City Star, pues el editor jefe creía que “le faltaba imaginación y carecía de buenas ideas”.
Otro de los más grandes del celuloide, el director Steven Spielberg, fue vetado en la Escuela de Artes Cinematográficas de la University of Southern California. Llegó su primer gran éxito en taquilla “Tiburón” (1975) y lo demás es historia… A veces, es la propia familia la que no confía en tus posibilidades. Tal es el caso de Isaac Newton, cuya madre le sacó del colegio para trabajar en la granja familiar. Craso error. Una de las figuras más sobresalientes de la investigación y, sin cuya labor, nuestro mundo sería otro, también tuvo que sortear muchos obstáculos.
Efectivamente, Thomas Edison fue tachado de “estúpido” por sus profesores, los cuales sostenían que “no podía aprender nada”. Albert Einstein, una de las mentes más lúcidas de la humanidad, tenía problemas enormes para comunicarse y asimilar aprendizajes al modo tradicional. En el mundo de las artes plásticas, ¿qué decir de Vincent Van Gogh? El “Loco del Pelo Rojo” solo vendió un cuadro en vida… y fue meses antes de su muerte.
Mi adorado Stephen King, tras ser rechazada su novela “Carrie” por innumerables editoriales, decidió arrojar su borrador a la basura, siendo su mujer, Tabitha, quien lo recuperara, para bien de la humanidad. Estos y otros múltiples personajes son claros ejemplos de no rendirse ante las dificultades.
RESILIENCIA EN EL DEPORTE.
En los últimos meses, desde el punto de vista que nos ocupa, todo el mundo ha sido testigo de dos historias, que -seguramente- serán fruto de una posterior recreación en el cine. Nadie puede dudar de la capacidad de resiliencia de Alex Smith, quarterback retirado de la NFL, que, tras una durísima lesión en su pierna, no solo superó las dificultades, no sufrió la amputación de la misma, volvió a caminar y logró llevar a su equipo, Washington Football Team, -capítulo defensivo aparte- a los deseados Playoffs.
Del mismo modo, el afán de superación del recientemente MVP y ganador de las Finales de la NBA, Giannis Antetokounmpo está a otro nivel con respecto al del resto de los mortales. Hijo de padres nigerianos, logró sobrevivir en Atenas vendiendo en mercadillos, ganándose el favor del dueño de un restaurante donde entrenaba, que -ante las infinitas posibilidades físicas, técnicas y tácticas del muchacho- decidió alimentarlo a él y su familia de su propio bolsillo.
Giannis, ejemplo de superación, honradez, sacrificio, trabajo y esfuerzo, logró -definitivamente- este año su sueño de proclamarse campeón de la máxima competición baloncestística, rechazando las adulaciones individuales y priorizando el premio colectivo.
EL FRACASO NO EXISTE EN FIREBAUGH.
La resiliencia, la capacidad de nunca bajar los brazos, el deseo de sortear las dificultades, esa obstinación por confiar ciegamente en sus posibilidades son aspectos intrínsecamente asociados al protagonista de nuestro relato, Josh Allen.
El quarterback de Buffalo Bills, jugador en el que pocos confiaban al final de su periplo universitario e inicios de su etapa profesional, ha sido noticia en las últimas semanas, merced a un enorme contrato de renovación firmado -con todo merecimiento- con el equipo del estado del norte de Nueva York.
Los Bills, franquicia históricamente perdedora, ha encontrado, sin duda, al adalid de su ataque, al sucesor de Jim Kelly y a ese Mesías que puede llevar a Buffalo -por fin- a saborear las mieles de un campeonato. Brandon Beane, General Manager de Buffalo Bills, con el respaldo de los propietarios -la familia Pegula- no dudó ni un ápice en ofrecer un espectacular contrato para asegurar el compromiso de Joshua con la #BillsMafia hasta 2028, a razón de 258 millones de dólares totales -de los cuales, 150 son totalmente garantizados-.
Pero este camino -ahora de éxito- nunca estuvo plagado de rosas para el mariscal de campo de 25 años. Joshua Patrick Allen nació el 21 de mayo de 1996 en Firebaugh (California). Esta pequeña localidad agrícola californiana apenas cuenta con 7.600 habitantes y tiene los servicios mínimos (escuela, instituto, puesto de bomberos y policía, ayuntamiento…).
Aunque si se desea algo de diversión hay que tomar la Interestatal 33 y desplazarse unos 30 kilómetros, a Mendota, para encontrar un centro comercial con tiendas, servicios de restauración o cines. Poca gente acude a Firebaugh… ni siquiera los scouters. “No tuve ninguna oferta de nadie… Simplemente los reclutadores no venían a Firebaugh a ver football”, explicó Allen en cierta ocasión.
El pequeño Joshua creció en una explotación agrícola especializada en algodón, melones cantalupos y trigo, de unos 2000 acres. Era un chico de granja. Su bisabuelo, un emigrante sueco, se instaló en esa zona de California e hizo fortuna durante la Gran Depresión.
Josh siempre tuvo a su padre como ejemplo a seguir. Joel Allen era el continuador de una saga de tres generaciones de granjeros. “Sin duda tuve el mejor modelo en mi padre: un trabajador infatigable, un buen hombre de negocios y un auténtico padre de familia”. Siempre veía levantarse a su progenitor con una sonrisa, a pesar de que tuviera por delante una dura jornada en el campo a más de 40 grados de temperatura.
“Cualquier día siempre era especial para mi padre… Esa determinación, esa manera de afrontar la vida, es la que me ha situado en el lugar en el que estoy. Es la que me da fuerza para conseguir cualquier reto”, Allen siempre tiene palabras de admiración y agradecimiento hacia el bueno de Joel.
Joshua creció como un atleta multidisciplinar y competía en todos los deportes que podía, con sus hermanas Nicala y McKenna. Allen disputaba en el instituto football, baloncesto, soccer, béisbol, kárate y natación. Curiosamente, el high school de Firebaugh fue construido en 1970 y sería su abuelo el que donara gran parte de los fondos para su edificación.
A pesar de que Josh destacaba fundamentalmente en football –aunque también era muy bueno en béisbol y baloncesto-, ninguna universidad de la FBS (Division I) le ofreció beca alguna. Varios pudieron ser los motivos de este primera “caída” en la trayectoria profesional de Allen.
La primera gran razón, lógicamente, era la propia Firebaugh. A prácticamente nadie le interesaba lo que sucedía en aquella parte del mundo… y menos la evolución de un muchacho que compaginaba varios deportes e incluso prefería la práctica del béisbol o baloncesto. Por ende, no había participado en ningún campamento para quarterbacks y su nombre no sonaba en el “mundillo” ni en los círculos de scouters. El segundo gran motivo estaba vinculado a su propio físico: medía 1’90, por aquel entonces, y apenas llegaba a los 80 kilos de peso.
Ante tan lóbrego panorama, Josh se enroló en el Reedly Community College, una universidad menor a algo más de una hora de Firebaugh. En su única temporada allí -no asumió la titularidad del equipo hasta la jornada cuarta-, lanzó 25 pases de touchdown y sufrió solamente cuatro interceptaciones.
SI MAHOMA NO VA A LA MONTAÑA…
A pesar de esos prometedores números, nadie llamó a su puerta. Allen sufriría su segunda gran “caída”, aunque -lejos de bajar los brazos- optó por una estrategia muy ofensiva. Francis Bacon, en sus célebres Ensayos sobre moral y política, dejó para la posteridad una máxima prodigiosa: “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña”.
Josh se puso el mundo por montera y decidió enviar más de 1000 mails a cada head coach, coordinador y entrenador de QB de todo el país. Lo único que solicitaba era una oportunidad.
Solo dos programas mostraron cierto interés por el mail de Allen: Eastern Michigan Eagles y Wyoming Cowboys. A decir verdad, Craig Bohl -head coach de Wyoming– solo lo hizo debido a que su primera opción para el puesto, el recluta Eric Dungey, eligió en el último minuto la universidad de Syracuse.
“A rey muerto, rey puesto” debió pensar el veterano Bohl y decidió ir a la granja familiar a conocer a Josh. Bohl, antiguo entrenador de North Dakota State y principal valedor de Carson Wentz, alucinó con Allen y observó enormes similitudes entre él y el actual QB de Indianapolis Colts. El resultado: Bohl salió de Firebaugh con la firma de Allen.
El hijo pródigo de Firebaugh se perdió la práctica totalidad de su primera campaña en Laramie, debido a una fractura de clavícula. Sin embargo, asumió la titularidad en las dos siguientes temporadas. Durante la campaña 2016, Allen consiguió pasar para más de 3200 yardas y 28 TDs, decidiendo presentarse al NFL Draft de 2017. Sin embargo, tanto Bohl como el resto de su staff, desaconsejaron esta decisión. Antes de la fecha límite, Josh decidió permanecer una temporada más con los Cowboys.
En la campaña 2017, Josh alcanzó peores números: 1812 yardas, 16 TDs y seis interceptaciones. No obstante, optó por declararse para el Draft. Allen generó controversias en la NFL scouting community, pues veían en él un prospecto muy intrigante: admiraban su capacidad de liderazgo, su habilidad atlética y, principalmente, su poderoso brazo. Sin embargo, eran muy escépticos en su desempeño en el campo, pues sus números con Wyoming eran discretísimos: 56’2% de pases completados, 5066 yardas, 44 TDs y 21 interceptaciones.
BUFFALO: EL INICIO DE UN MITO LLAMADO JOSHUA.
Brandon Beane había visionado todos los partidos de Allen, desde la temporada 2016, y fue a verlo en directo en múltiples ocasiones. Lo tenía claro: “Es nuestro hombre”. Sean McDermott y los Pegula confiaban plenamente en la labor de Beane y le otorgaron plenos poderes. Buffalo Bills, por fin, tenía a su líder. Buffalo Bills, tras sus cuatro “caídas” consecutivas en las Super Bowls, parecía haber encontrado al sustituto de Jim Kelly. Un adalid, un jugador franquicia, la cara de un equipo cansado de peregrinar por el desierto…
Los inicios profesionales de Josh volvieron a ser duros: dudas por su elección, suplencia, primeros partidos de titularidad en los que se evidenciaba su bisoñez, interceptaciones, pero siempre con un liderazgo y una fe en sí mismo que saltaba a la vista.
El punto de inflexión fue ese infausto partido contra New England en Orchard Park. Bill Belichick sacó a la luz todas las carencias de Allen: 13 de 28 pases completados, 153 yardas de pase, 3 interceptaciones, 26 yardas de carrera y 1 anotación terrestre, pero, sobre todo, la sensación de que la tiranía de Patriots en la AFC East se extendería en el tiempo y que Allen no era la solución para los Bills. Ese 29 de septiembre de 2019 quedó grabado a fuego en Josh…
Esa temporada se evidenciaría una clara evolución del quarterback, que finalizaría el año con un 52’5% de pases completados, 2074 yardas de pase, 10 touchdowns, 12 interceptaciones, 631 yardas de carrera y 8 anotaciones terrestres. Nadie discutía la potencia de brazo de Allen, pero su precisión estaba en duda, a pesar de no tener claras referencias aéreas. No obstante, lo que no pudo hacer por aire, lo realizó por tierra.
La temporada 2020 se presentaba, desde el punto ofensivo, con las mismas limitaciones, aunque se reclutaron a dos veteranos de la Guerra de Vietnam como Cole Beasley y John Brown. La maquinaria ofensiva comenzó a carburar, Buffalo se clasificó para Playoffs (con un desempeño defensivo estratosférico) y Allen mejoró números, aunque su colapso en la derrota de Wild Card ante Houston Texans hizo que sus detractores volvieran a presentar sus credenciales. Las estadísticas de Allen, en 2020, fueron 58’8% de pases completados, 3089 yardas de pase, 20 touchdowns, 9 interceptaciones, 510 yardas terrestres y 9 anotaciones de carrera.
La pasada temporada el quarterback natural de Firebaugh mostró una evolución enorme en su tercer año al frente del ataque #BillsMafia, cerrando la boca a sus múltiples detractores y demostrando que esa presunta falta de precisión en su juego se debía más a la falta de personal ofensivo que a carencias tácticas y técnicas.
De la mano de su mejor aliado, su Coordinador Ofensivo Brian Daboll, se ha visto la mejor versión de Allen. Un 69’2% de pases completados, 4544 yardas de pase, 37 touchdowns, 10 interceptaciones, 421 yardas por tierra y 8 anotaciones terrestres. Cifras totalmente alucinantes.
Su conexión con Stefon Diggs, su evolución natural, su capacidad de liderazgo y su toma de decisiones en momentos álgidos del partido presuponen que estamos ante uno de esos mariscales de campo que pueden hacer historia. Tras llegar a la cima y al Olimpo de los Dioses futbolísticos, Josh Allen tiene el reto más difícil de su carrera deportiva: mantenerse en la élite. Allen ha conseguido un contrato a la altura de los más grandes.
Ahora toca alcanzar la perfección y el éxito deportivo. Josh ha dicho que no quiere ser un jugador que juegue un par de años a gran nivel, que firme un gran contrato y que se diluya en poco tiempo; Josh ha venido para quedarse, perpetuarse en la NFL, ser el líder de Buffalo, tener una carrera larga y sólida, ganar varios anillos y ser recordado como uno de los mejores de este deporte. “O César, o nada” (AUT CAESAR AUT NIHIL), César Borgia hizo célebre esta máxima. Josh Allen lo tiene claro, su resiliencia, su trabajo, su esfuerzo, su entrega y su capacidad de mejora son enormes. ¿Estaremos ante uno de los mejores jugadores de la próxima generación en la National Football League -y no solo en lo económico-? Solo el tiempo lo dirá…
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